martes, 25 de octubre de 2011

El trágico suceso

Esta historia ha permanecido durante mucho, demasiado tiempo detenida, inacabada, sin continuación, por lo que pedimos humildemente disculpas a aquellas personas que han tenido a bien seguir la historia y por la inmensa paciencia de la que han hecho gala esperando esta continuación.
Pero sepan que tal circunstancia no ha sido motivada por un absurdo capricho, sino que se ha detenido en el tiempo por un hecho de extrema gravedad, que ha truncado la historia y que paso a relatarles sin más dilación.

Narrábanse en el anterior capítulo las profundas heridas que Príncipe Celta y princesa tenían, causadas por haber caminado demasiado tiempo por tierras del Príncipe Mediterráneo, heridas que la princesa intentaba ocultar, disimular, mas el Príncipe sabía que las heridas eran muy profundas, muy graves y así con ellas y juntos caminaban ambos con suma dificultad, hasta que un buen día ocurrió el trágico suceso.
Buscaba el Príncipe Celta a su princesa por el inmenso castillo sin hallarla y ya desesperado, tras haber abierto tras de si puertas y más puertas en su busca, se abalanzó sobre aquella pequeña y maldita portezuela que desde tiempos inmemoriales se hallaba cerrada, mas incomprensiblemente, la portezuela estaba abierta aquella noche y la inercia del Príncipe Celta hizo que, al no obtener resistencia, éste se precipitara al vacío, aparatosamente cayendo en los jardines del castillo.

Pocos instantes después, la princesa pudo observar la portezuela abierta, hecho que, por extraño que parezca, repentinamente le produjo una enorme alegría e ilusión, mas su alegría se tornó en desesperación y llanto al comprobar, asomada hacia el exterior, que su amado Príncipe Celta yacía inerte por la caída. Rauda y sin cesar de pedir auxilio a gritos, bajó las inacabables escaleras del Castillo presa del pánico, hasta llegar a la vera de su Príncipe sobre el que se tendió desolada, convencida de que su dueño había perdido la vida en aquel instante.
Los desgarradores y desesperados gritos de la princesa rompían la noche en las nobles tierras celtas, mas cesaron repentinamente al poder comprobar la princesa que el Príncipe milagrosamente seguía vivo, aunque ensangrentado y gravemente herido.

Fue entonces cuando el malherido Príncipe díjole a la princesa que lo sabía todo, que sabía todas aquellas indignas acciones que en su momento ella había hecho junto con el Príncipe Mediterráneo a sus espaldas, que sabía cómo éste la había miserablemente manipulado y que entre los dos le habían causado muchas y profundas heridas de forma injusta.
La princesa negó una y otra vez las acusaciones del Príncipe, una y otra vez. Sentía el Príncipe con cada negación, que un traidor puñal le clavaba, hasta que el dolorido Príncipe, indignado por saberlas ciertas, decidió expulsarla de sus tierras, con todo el dolor de su corazón, pues aunque profundamente la amaba, no podía soportar que habiéndose entregado a él, todavía anhelara y defendiera al Príncipe Mediterráneo y soportar además la mentira de su constante negación.
La princesa, al sentir que quizás aquello era el fin de su bonita y triste historia, sintiose desesperada y culpable y entre continuos sollozos confesó al príncipe que la puerta que había provocado su fatal caída, la había abierto ella misma, como cada noche, con la esperanza de que por ella pudiera volver el Príncipe Mediterráneo algún día.

Enfureció y a la vez entristeció el Príncipe al oír la dolorosísima confesión de la princesa, a la que reiteró su deseo de expulsarla de sus tierras para siempre, tal agitación provocó que comenzara a manar sangre abundantemente de su corazón, al tiempo que sus ojos se cubrían de lágrimas de tristeza, dolor e indignación, que no eran sino consecuencia de la confesa traición. Mas la princesa no se resignó e impotentemente observando como su Príncipe se desangraba por su culpa, alejose en la noche mostrándole su arrepentimiento y diciéndole entre continuos llantos que le quería, que no quería perderle, que no cesaría hasta demostrarle que era solo suya para siempre....

Y por tales trágicos acontecimientos, detúvose esta historia por tanto tiempo y quedó sin título incluso, pues en tales circunstancias, no había lugar a Príncipes, ni a princesas, ni a castillos... ni, tristemente, existía historia digna de narrar...