sábado, 31 de diciembre de 2011

Feliz 2012

sábado, 24 de diciembre de 2011

NUESTROS DESEOS

lunes, 12 de diciembre de 2011

TE ESPERO...


Mi posada, mi tierra, mi cielo, mi mar,
mi alcoba, mi lecho, mi almohada, mis sábanas,
te esperan…

Mis ojos, mi mirada, mis lágrimas,
mi boca, mi lengua, mi saliva, mis besos,
te esperan…

Mis caricias, mis manos, mis brazos, mis piernas,
mi entrepierna, mis huesos, las curvas de mi cuerpo,
te esperan…

Mi piel, mis poros, mis lunares, mi corazón palpitante,
mis senos, mis pezones, mis entrañas, mi sexo, mi carne,
te esperan…

Mis gemidos, mi aliento, mis suspiros, mi respiración
mi sed de amarte…
mi orgasmo contenido…
mi sangre caliente…
mi existencia, mi todo.

Yo, Tu princesa, intensamente…te espera.

viernes, 25 de noviembre de 2011

“El Reino Celta”

La fortaleza del Príncipe fue suficiente para que sobreviviera de tal trágico acontecimiento, tras el que se encerró en su castillo intentando recuperarse de sus heridas.
Mas sentíase traicionado y triste.... muy triste, añorando a su princesa. Levantábase cada mañana al alba y miraba tras los cristales de la angosta ventana de sus aposentos y allí veía a la princesa cada día, todos los días, desde antes de amanecer, cerrando aquel hueco por el que antaño esperaba que el Príncipe Mediterraneo pudiera colarse al castillo del Príncipe Celta. Lo cerraba a conciencia, con fuertes maderos y piedras que ella misma transportaba entre lágrimas y en la soledad de su tristeza. Deseaba fervientemente demostrarle el Príncipe Celta que jamás volvería a permitir que el otro Príncipe entrara de nuevo, deseaba con todas sus fuerzas que perdonara su traición..
De vez en cuando, la princesa miraba tímidamente y de reojo la ventana de los aposentos del Príncipe, una mirada infantil, temerosa y triste, inmensamente triste. Cuando las miradas de Príncipe y princesa se cruzaban en el infinito, de los ojos de ambos brotaban gemelas y silenciosas lágrimas de añoranza.

Un bonito día del comienzo del otoño, cuando el sol asomaba y hacía brillar las caídas y lobuladas hojas de los centenarios robles que poblaban los jardines del castillo, el Príncipe sintió deseos, por primera vez, de acercarse a aquel maldito lugar donde se había consumado la traición y así lo hizo, encaminose lenta y tranquilamente a aquel rincón donde veía trabajar a la princesa cada día, asegurándose de que ella no se hallaba en las cercanías, pues no deseaba encontrarla, no podía. Una vez allí, pudo comprobar que de una de las ramas con la que la princesa bloqueaba el acceso, colgaba un papel, un papel que no era sino un mensaje dirigido al Príncipe Mediterráneo:
“Has hecho de mi una mujer desgraciada, me has manipulado y destrozado a tu antojo y no he sido consciente de ello hasta ahora, te has aprovechado de mi amor por ti y has permitido que hiciese un daño irreparable a la persona que más amo y que no lo merecía. Te ruego vuelvas a tus tierras mediterráneas y no intentes replicarme ni responderme a esta misiva y sólo te pediré una cosa, más bien te la exijo pues me la debes, que quemes todos mis recuerdos y todas aquellas cosas mías que posees, pues no eres digno de tenerlas, te deseo lo mejor pero lejos, muy lejos de mi”.

Sorprendido y ligeramente aliviado por sentir que al fin se había hecho justicia y ver que la princesa luchaba por él con ahínco al darse por fin cuenta por ella misma del daño que había recibido y causado, el Príncipe Celta ordenó levantar un infranqueable muro que rodeara sus vastas tierras. Había decidido proteger sus tierras, proteger todas sus pertenencias y mostrar su innata fortaleza y dominación para siempre.
Y a partir de entonces el Príncipe Celta ejerció un implacable dominio de todas sus pertenencias y sus tierras se convirtieron en inexpugnables para cualquiera y a la entrada de ellas, un gran letrero de robusta madera de roble, advertía de ello a cualquiera que pretendiera tener la osadía de intentar adentrarse. El letrero lo decía muy claro...


martes, 25 de octubre de 2011

El trágico suceso

Esta historia ha permanecido durante mucho, demasiado tiempo detenida, inacabada, sin continuación, por lo que pedimos humildemente disculpas a aquellas personas que han tenido a bien seguir la historia y por la inmensa paciencia de la que han hecho gala esperando esta continuación.
Pero sepan que tal circunstancia no ha sido motivada por un absurdo capricho, sino que se ha detenido en el tiempo por un hecho de extrema gravedad, que ha truncado la historia y que paso a relatarles sin más dilación.

Narrábanse en el anterior capítulo las profundas heridas que Príncipe Celta y princesa tenían, causadas por haber caminado demasiado tiempo por tierras del Príncipe Mediterráneo, heridas que la princesa intentaba ocultar, disimular, mas el Príncipe sabía que las heridas eran muy profundas, muy graves y así con ellas y juntos caminaban ambos con suma dificultad, hasta que un buen día ocurrió el trágico suceso.
Buscaba el Príncipe Celta a su princesa por el inmenso castillo sin hallarla y ya desesperado, tras haber abierto tras de si puertas y más puertas en su busca, se abalanzó sobre aquella pequeña y maldita portezuela que desde tiempos inmemoriales se hallaba cerrada, mas incomprensiblemente, la portezuela estaba abierta aquella noche y la inercia del Príncipe Celta hizo que, al no obtener resistencia, éste se precipitara al vacío, aparatosamente cayendo en los jardines del castillo.

Pocos instantes después, la princesa pudo observar la portezuela abierta, hecho que, por extraño que parezca, repentinamente le produjo una enorme alegría e ilusión, mas su alegría se tornó en desesperación y llanto al comprobar, asomada hacia el exterior, que su amado Príncipe Celta yacía inerte por la caída. Rauda y sin cesar de pedir auxilio a gritos, bajó las inacabables escaleras del Castillo presa del pánico, hasta llegar a la vera de su Príncipe sobre el que se tendió desolada, convencida de que su dueño había perdido la vida en aquel instante.
Los desgarradores y desesperados gritos de la princesa rompían la noche en las nobles tierras celtas, mas cesaron repentinamente al poder comprobar la princesa que el Príncipe milagrosamente seguía vivo, aunque ensangrentado y gravemente herido.

Fue entonces cuando el malherido Príncipe díjole a la princesa que lo sabía todo, que sabía todas aquellas indignas acciones que en su momento ella había hecho junto con el Príncipe Mediterráneo a sus espaldas, que sabía cómo éste la había miserablemente manipulado y que entre los dos le habían causado muchas y profundas heridas de forma injusta.
La princesa negó una y otra vez las acusaciones del Príncipe, una y otra vez. Sentía el Príncipe con cada negación, que un traidor puñal le clavaba, hasta que el dolorido Príncipe, indignado por saberlas ciertas, decidió expulsarla de sus tierras, con todo el dolor de su corazón, pues aunque profundamente la amaba, no podía soportar que habiéndose entregado a él, todavía anhelara y defendiera al Príncipe Mediterráneo y soportar además la mentira de su constante negación.
La princesa, al sentir que quizás aquello era el fin de su bonita y triste historia, sintiose desesperada y culpable y entre continuos sollozos confesó al príncipe que la puerta que había provocado su fatal caída, la había abierto ella misma, como cada noche, con la esperanza de que por ella pudiera volver el Príncipe Mediterráneo algún día.

Enfureció y a la vez entristeció el Príncipe al oír la dolorosísima confesión de la princesa, a la que reiteró su deseo de expulsarla de sus tierras para siempre, tal agitación provocó que comenzara a manar sangre abundantemente de su corazón, al tiempo que sus ojos se cubrían de lágrimas de tristeza, dolor e indignación, que no eran sino consecuencia de la confesa traición. Mas la princesa no se resignó e impotentemente observando como su Príncipe se desangraba por su culpa, alejose en la noche mostrándole su arrepentimiento y diciéndole entre continuos llantos que le quería, que no quería perderle, que no cesaría hasta demostrarle que era solo suya para siempre....

Y por tales trágicos acontecimientos, detúvose esta historia por tanto tiempo y quedó sin título incluso, pues en tales circunstancias, no había lugar a Príncipes, ni a princesas, ni a castillos... ni, tristemente, existía historia digna de narrar...

martes, 26 de julio de 2011

Un premio de alguien especial




Aunque este blog es bastante singular y diferente por su contenido, me permito hacer un paréntesis (mi Amo estará de acuerdo) para hacer mención de un detalle en forma de premio que nos ha otorgado alguien especial, Dulce{Adriano}.
Gracias preciosa por acordarte de este castillo tan personal de dos personas en el cual  reflejamos de manera muy muy muy íntima nuestro paso y paseo por un camino que un día se cruzo y que desde entonces seguimos juntos sin soltarnos de la mano.
Gracias por acordarte en estos momentos duros donde estas haciendo alarde de una paciencia, entereza y aguante infinito. Desde aquí te mando mi cariño más sincero y un abrazo fuerte que te ayude a seguir mirando hacia delante con calma sabiendo que todo llegará.

Y te voy a dedicar una palabras, un poemita precioso de Lorca que dice...

La noche no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.

Pero yo iré,
aunque un sol de alacranes me coma la sien.

Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.

El día no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.

Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.

Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.

Ni la noche ni el día quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.

"Gacela del amor desesperado". Federico García Lorca.




miércoles, 20 de julio de 2011

Las heridas

El Príncipe Celta y su princesa caminaban juntos, felices y firmes de la mano, mas a medida que caminaban, la princesa, cada vez más, sentía el dolor de las heridas abiertas que se habían producido tras el largo periplo por las pedregosas tierras mediterráneas. Y cuanto más dolor sentía, más podía imaginar el dolor que por ello tenía el Príncipe en su corazón, hasta el punto de que la princesa creía entenderlo, mas no lo entendía... no podía.
La princesa había intentado durante demasiado tiempo, olvidar, ocultar, disimular aquellas heridas, inocentemente creyendo que con esa actitud las heridas cicatrizarían solas, mas nada más lejos de la realidad, pues solo ella era capaz de curarlas, con tiempo esfuerzo y valentía.
Y llegó el día en que por fin la princesa entendió tal circunstancia y se propuso tomarse el tiempo y esfuerzo necesarios para curar esas heridas para siempre, incluso empezó a comprender que no solo era al Príncipe a quién aliviaría y reconfortaría con ello, sino que era algo que se debía a si misma, algo que debía emprender para volver a ser ella misma, para sentirse bien, para reconquistar la dignidad perdida.
Mas solo el Príncipe sabía que las heridas eran muy muy profundas y necesitarían de tiempo y mucho esfuerzo para su total curación, pero también confiaba en su princesa, sabía que ella y solo ella era capaz de conseguirlo.



Díjole entonces el Príncipe a su princesa, que había soportado en silencio y durante mucho tiempo, demasiado, el inmenso dolor de sus heridas, hasta un insospechable punto y había por ello escrito en un papel, detalladamente, la verdad y magnitud de sus heridas y había colocado ese papel en un recóndito lugar de sus tierras, cuyo enclave revelaría a su princesa cuando sintiera que ella estuviera preparada para conocerlo.
Y mientras, así seguían Principe y princesa, viviendo juntos mil preciosas sensaciones, mientras mantenían la ilusión y necesidad de cicatrizar esas malditas heridas.

domingo, 17 de julio de 2011

...¿HASTA CUANDO?

Hubo un tiempo en el que la princesa, con aparente alegría y engañosa felicidad, saltaba y correteaba por tierras no seguras, tierras llenas de caminos maltrechos, caminos confusos, caminos pedregosos, que con el paso del tiempo fueron dañándola, hiriéndola y maltratándola. Tierras pertenecientes a un príncipe por el cual la princesa sentía una adorada devoción que le impedía reconocer el daño que le causaba. La princesa intentaba ser feliz a cualquier precio.

En esos trances, la princesa se dejaba agasajar, halagar y mimar por otro príncipe, un príncipe proveniente de otras tierras, bellas y seguras, todo lo contrario que las tierras de aquel otro príncipe. Tierras libres y sin peligros, tierras seguras y tranquilas. Tal príncipe, que durante un tiempo permaneció sepultado por la inconsciencia y el maltrato inflingido por la princesa,  la miraba, le hablaba, se quejaba de su situación, de los privilegios con que era agasajado el otro príncipe y las migajas que el recibía por parte de la princesa. A veces dichas migajas no llegaban a tal categoría.
Pero la princesa, a sabiendas de la delicadeza del príncipe, del trato que le otorgaba, siempre a su lado, apoyándola, tendiéndole su mano para cogerse y avanzar procurando el menor daño posible, sintiéndose mas libre y mas ella misma a su lado, continuaba mirando hacia tierras malditas obligando al príncipe a soportar la humillación y el daño que eso comportaba.


La princesa, a pesar de su apariencia, era desdichada, porque percibía ese dolor, aunque le costase aceptarlo, las pruebas estaban en su cuerpo, en sus pies,  y en los pies del príncipe, cosa que la intranquilizaba, cosa que no le ocurría a el otro príncipe que andaba firme y seguro con sus pies protegidos gracias a la princesa.

Todo era un tormento, día tras día, lo era para la princesa porque se debatía entre la atracción de aquel otro príncipe, atracción dañina, y la necesidad que sentía hacia el príncipe que le proporcionaba lo que ella necesitaba, lo que quería, lo que siempre había anhelado.

Entre tanto pasaban los días, la princesa seguía saltando y andando, saltando y tropezando, callando, ocultando, tirando del príncipe el cual estaba cada vez más cansado y dolorido. Y seguía debatiéndose entre lo bueno y lo  malo, el bien y el mal...

...hasta que...un día, un día en apariencia normal, la princesa en un atisbo de conciencia y generosidad hacia ella misma y hacia el príncipe, señalo el "túnel", aquel túnel que un día el príncipe le mostró, al final del cual se vislumbraba la paz, la verdad, la honestidad, la esencia de todo, de ella misma. Lo señalo con fuerza y segura, con confianza de querer atravesarlo, decidida...

La princesa es consciente de lo acontecido en el pasado, lance que le causa un profundo dolor cuando acuden a ella los recuerdos, como se comportó con el príncipe, ahora su príncipe, como le causó tanto daño que aún persiste y está ahí, en un lugar de su corazón, dolor que sólo ella es capaz de curar y la cura es el reconocimiento de tales males.


La princesa acompañada de su príncipe continua atravesando ese túnel, dispuesta a curar esas heridas, a dar su vida por ello, por su príncipe, porque ella es SU princesa, solo suya.

martes, 5 de julio de 2011

Las llaves del Príncipe

Era su princesa, niña y mujer a la vez, era su encanto.... su atrayente encanto. Mas lo más hermoso de ella era la no existencia de separación alguna entre la niña y la mujer, de modo que podíase encontrar el Príncipe, en cualquier momento, en el menos esperado, sin previo aviso, a la tierna e inocente niña o a la más femenina y hecha mujer, o a ambas.
A veces su princesa tenía tentación de avergonzarse por ello, mas no debiera, no. No debiera pues el Príncipe gozaba con tal virtud, enloquecía con el encanto provocado por tan explosiva y encantadora mezcla y más, teniendo en cuenta que en posesión del Príncipe se hallaba la llave que abría ambas puertas, él sabía cómo sacar la femenina mujer y también cómo sacar la tierna y mimosa princesita, aunque, bien pensado, también sabía sacar la princesa sumisa, la felina, la traviesa, la provocadora, la infantil.... tenía el Príncipe un manojo de llaves con las que abrir cada puerta de su princesa, algunas de las cuales ella misma le había entregado y otras las había fabricado el Príncipe con sus manos, para abrir aquellas puertas que ni su propia princesa sabía que en ella existían.

Penetraba el Príncipe a su antojo en el interior de su princesa, aquel interior que se asemejaba al castillo donde ella vivía. La puerta de entrada era sencilla, endeble y se abría desde fuera con una simple llave, fácilmente manipulable. Una vez atravesada la puerta principal, hallábanse otras dos puertas, una pequeña, a la izquierda, adornada con motivos infantiles, predominando el rosa y otra puerta a la derecha, más grande y robusta, elegante. Tras la pequeña puerta de la izquierda hallábase la princesita niña: mimosa, alegre, infantil, simple, traviesa, muy tierna y algunas veces provocadora.


Y al atravesar la elegante puerta de la derecha el Príncipe encontraba a la princesa mujer, una mujer, mujer. Pero a su vez, dentro había más puertas: una puerta muy sofisticada tras la que se escondía la princesa femenina, atractiva, atrayente. Hallábase también una puerta muy grande, robusta, ruda, cerrada por una enorme cerradura de hierro que movía el engranaje de unos enormes y pesados pasadores, como si de la puerta de una gran mazmorra se tratara y tras ella estaba la princesa oscura, sumisa, morbosa, una princesa convertida en zorrita viciosa y provocadora.
En medio de todas las estancias, existía un gran patio central que albergaba el enorme corazón de la princesa, que repartía energía por todas las habitaciones, pasillos, que también surtía de energía al Príncipe y a ella misma.

Solía el Príncipe frecuentemente abrir la puerta de entrada de su princesa y cerrarla tras de si, con todos los medios que disponía para ello y una vez dentro, abrir cada puerta sin prisas, una a una, jugueteando con las llaves y con el tiempo, explorando cada parte de su princesa con la calma que da saber que la puerta de entrada se halla cerrada por dentro e infranqueable para cualquier otro.
Y gustaba el Príncipe de dejar abiertas todas las puertas interiores y jugar dentro con su princesa, correteando de una a otra estancia, deteniéndose a veces en alguna de ellas, disfrutando así de la princesa sumisa, de la infantil, de la provocadora, de la femenina, de la tierna, de la traviesa, de la viciosa, a su antojo, en cualquier orden o desorden posible.
Y esa situación hacía que su princesa se sintiese muy a gusto, muy cómoda, por veces hasta feliz, sensación que plenamente compartía con el Príncipe.

miércoles, 29 de junio de 2011

EL SUEÑO

Como todas las noches, la princesa se dispuso a tomar sus aposentos para descansar después de un día dedicado a sus tareas diarias.
Estos días atrás habían sido días con altibajos; diferentes hechos habían hecho que la princesa pasara por momentos delicados, momentos de pesadumbre y desasosiego, pero felizmente superados por la siempre ayuda de su amado Príncipe.

Como cada noche y como un ritual, entro en su dormitorio encendiendo la "lamparita" situada sobre una mesita que se hallaba entre su cama y el ventanal que daba a los jardines del ala este del castillo.
La luz tenue de la "lamparita" reflejaba la sombra de su silueta en una de las pocas paredes desnudas que había en palacio. Nunca le gusto la forma ostentosa con la que muchos reyes y reinas adornaban sus castillos y ciertamente tanto su padre y como su madre gozaban de tal cualidad, pero ella siempre lo había odiado. La princesa preferia lo sencillo, lo simple, lo discreto y humilde, la belleza natural de las cosas.

La princesa se despojo de sus ropas depositándolas en un sillón situado debajo del ventanal. Y así, de pie y desnuda, observando su silueta en aquella pared, pensaba en su príncipe. Lo imaginaba observándola, espiándola, contemplándola, estudiándola. Lo imaginaba haciendo todo aquello que a ella le gustaba y la ponía tan ansiosa. Disfrutaba permaneciendo desnuda en la leve oscuridad de sus aposentos, se sentía libre y atada, sola y acompañada, nada y todo. Movía su cuerpo, balanceaba sus caderas, deslizaba sus brazos por su cuerpo, desplazaba su cabeza de manera que sentía su largos cabellos dorados rozando su espalda, sus hombros, paseando levemente por delante de sus pechos...le excitaba sobremanera ese dibujo y más aún notar la mirada profunda y penetrante de su Príncipe.

Esa noche no se puso el camisón blanco con el que solía vestirse para viajar por los senderos del sueño, esa noche quiso quedarse desnuda y hacer el viaje despojada de cualquier tela que le impidiese sentir la humedad de la noche. De esa manera, se alzo a su cama, tumbándose boca abajo, cabeza ladeada, extendiendo los brazos a lo largo de su cuerpo, separando sus piernas ligeramente dejando sutílmente su delicado sexo expuesto para que sólo el dueño de tan preciado tesoro pudiese poseerlo a su antojo durante su largo viaje, durante su profundo sueño.
Fijo en su mente la imagen de su Príncipe, cada gesto, cada rasgo, cada movimiento, cada palabra y no la abandono conscientemente hasta hallarse sumergida en el mundo de fantasía y ensueños en los que quedaba atrapada cada noche.
Con una dulzura exquisita en su rostro y una sonrisa dibujada en su apetitosa boca, la princesa comenzó su viaje, el viaje perfecto, el viaje soñado, el viaje deseado, ese viaje de la mano de su Señor el Príncipe Celta.

viernes, 17 de junio de 2011

TU PRINCESA ILUSIONADA


La princesa está ilusionada, no puede evitarlo, intenta calmar esa ilusión, intenta calmar su imaginación, pero ésta vuela sin poder remediarlo.
Y esa ilusión se debe a sus sueños, a sus pensamientos, a sus deseos y fantasias  que vuelan libres por su cabecita principesca.

Sueña con ese día en el que estar para siempre con Su Príncipe, el momento en que Su Príncipe la rapte de su castillo para llevársela lejos, secuestrándola para el solo, para su disfrute, su deleite, su goce.

Piensa en como la protegerá, como la cuidará, la vigilará y la sorprenderá. Como la guiará para convertirse en la princesa mas sumisa y entregada que haya conocido.

Desea que Su Principe este contento y orgulloso de ella. Feliz de tenerla a sus pies, dichoso de poder disfrutar de sus encantos y de su exquisita obediencia.

Fantasea con satisfacer su mas oscuros deseos, sus mas ocultos pensamientos y sus mas morbosas intenciones para con ella.

La princesa no deja de soñar e ilusionarse, no puede ni quiere evitarlo porque lo necesita para sentirse viva, para sentirse ella misma, fresca y vital, risueña y feliz.

Es una princesa y las princesas sueñan con sus principes. Y lo hara hasta ese día...ese día en el que estará para siempre con Su Príncipe.

lunes, 13 de junio de 2011

POR FINNNNNNNN



Tachannnnnnn Tachannnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn
Se ha echo esperar, si, pero todo llega.

ENHORABUENA!!! plas, plas, plas, plas, plas, plas, plas


Mi queridísimo príncipe, yo, tu princesa te hago entrega de este original y especial premio, premio para el más valeroso, audaz, intrepido, bravo, sensato, fuerte, heroico, de todos los principes en 1000 km a la redonda (creo que me he salio del mapa).

Premio merecidísimo, que has sabido ganarte plasmando tus letras sentidas y emocionadas durante este tiempo, que te han llevado a obtener grandes elogios y felicitaciones por personas a los que les resultas anónimo pero que en cierta manera les haces llegar tu sentir.

Por todo ello, recibe este premio, y espero, esperamos, ansiosamente unas palabras suyas.

Tu princesa.


jueves, 9 de junio de 2011

EL SENTIR DE LA PRINCESA

Feliz, contenta,
alegre, ilusionada, 
entusiasmada, apasionada,
enamorada.

Querida, amada,
cuidada, protegida,
vigilada, controlada,
observada.

Entregada, excitada,
estimulada, agitada,
 impaciente, ansiosa,
deseosa.

Sometida, rendida,
dominada, domada,
doblegada, usada,
 utilizada.

SUMISA.




¡¡No me dejes nunca mi príncipe!!


lunes, 6 de junio de 2011

“Tu princesa está muy ansiosa y excitada”

La luz de los primeros rayos de la mañana se hacía hueco entre las antiguas maderas de las contras de las ventanas de los aposentos e iluminaban la visión del Príncipe, sentado a los pies de la cama, observando en silencio el cuerpo desnudo de su Princesa entre los pétalos de rosas.
Aquella luz sesgada iluminaba la blanca piel de su princesa, que yacía boca abajo y la recorría suavemente, multiplicando sus curvas entre luces y sombras, en los confines de su sueño. Sus rubios cabellos caían libres sobre sus hombros y daban principio a la blanca espalda, cuyo fin se establecía en el monte que formaban aquellas blancas, hermosas y firmes nalgas, donde apuntaba de lleno el fino rayo de sol que atravesaba la estancia.

El calor que sentía en sus nalgas por ello, hizo que la princesa comenzara a moverse y despertar de su sueño, ante lo que el Príncipe, en dominante tono le dijo
-“No os movais”.
La princesa, sumisamente obedeció y ambos permanecieron en silencio, el Príncipe mirándola, vigilándola, escudriñando cada milímetro de su piel.
Pronto comenzó a descubrir el Príncipe los ínfimos movimientos de su Princesa, que apenas podía ya detener, por la lava hirviendo de la pasión que su cuerpo encerraba. Su respiración tornábase profunda y acompasada y delataba su creciente excitación, provocada por aquella intensa situación, por sentir la mirada del Príncipe clavada en su cuerpo, por sentirse dominada. El Príncipe rompió entonces el silencio diciéndole:
-“¿Qué te pasa? Díselo al Príncipe”
 La Princesa bruscamente expiró, liberando por un instante toda la tensión que dentro acumulaba y le contestó:
-“Tu princesa está muy ansiosa y excitada” 
-“Puedes moverte sin cambiar de postura” le indicó él.
Su princesa, más excitada todavía por el tono grave e imperativo de las palabras del Príncipe, comenzó entonces a mover su pelvis acompasadamente, alzando sus nalgas, arqueando su espalda y apretando su sexo contra la cama, sin cesar, una y otra vez, en movimientos lentos y cada vez más largos e intensos, acompañados por una cada vez más profunda y entrecortada respiración. Sentía la princesa la mirada silenciosa del príncipe, le excitaba, sentíase dominada por él y más le excitaba, sentíase femenina y sumisa, sentíase húmeda y viciosa.
-“Quiero que seas toda mía” 
-“Lo soy, soy tuya, toda tuya, mi Príncipe... mi Amo” 
-“Demuéstralo! ”

Muy lentamente la princesa empezó a levantar sus nalgas, despacio, disfrutando cada segundo ante la mirada del Príncipe y así continuó hasta exponer su sexo al Príncipe, el cual la miraba en silencio, dejó pasar los minutos así, en silencio, viendo como su princesa cada vez se mostraba más ansiosa y excitada, movía la pelvis arqueando su espalda, muy excitada por la situación.

El Príncipe podía ver cómo la hinchada vulva de la princesa se mojaba y se tornaba brillante y jugosa. Acercose el príncipe y su princesa se estremecía sintiendo su cercana y silenciosa presencia, se había acercado para olerla pues, de repente, el olor de los pétalos de rosa había cedido ante la intensidad del olor de la princesa en celo. La percepción de aquel olor hizo que se multiplicara la actitud dominante del Príncipe y esto a su vez hizo explotar la ansiedad de su princesa, que sentía como sus jugos ya fluían sin control, exageradamente incontrolados hasta el punto de que, ante la profunda mirada del Príncipe, una gota de su jugo pendía de su sexo y solamente un fuerte jadeo de la princesa hizo que la gota se precipitara sobre los pétalos de rosa, dejándolos mojados como si de rocío se tratara.

Y solo cuando vio el príncipe que ella se hallaba al límite de su ansiedad, solo entonces la poseyó y lo hizo con intensidad, con fuerza, sabiéndola suya, exactamente lo que su princesa deseaba en silencio: sentir el poder del Príncipe muy adentro, sentirse dominada y sumisa, sentirse totalmente suya...

viernes, 3 de junio de 2011

Suavidad

... y así mismo despertose el Príncipe, sintiendo a su lado a su princesa, relajado por los cuidados recibidos por ella, con los dedos posados sobre sus cabellos, aquellos rubios y lisos cabellos de inconmensurable suavidad que le hacían recordar los pétalos de las delicadas rosas silvestres que nacían en las altas montañas de sus tierras.
Posó entonces sus labios en la blanca piel de la cara de la princesa, suavemente besándola hasta conseguir que ella se despertara con su eterna y dulce sonrisa en los labios y le conminó a que se vistiera para acompañarle, así lo hizo la complaciente princesa y ambos montaron el blanco caballo del Príncipe. No necesitaba la princesa saber el destino de su viaje, fuertemente agarrada al Príncipe, sentíase el ser más seguro sobre la Tierra, sentía la fuerza del Príncipe en sus manos, sentía su poder, sentía su poderosa espada golpeándole leve y acompasadamente al trote del caballo, sentíase protegida y feliz.
Así recorrieron bellísimos y maravillosos parajes, campos de verdes imposibles, frondosos y húmedos bosques, hasta llegar a las altas montañas. El viento estaba feliz y los abrazaba en su viaje, rozaba la suave piel de la princesa, jugaba con sus cabellos proporcionándole una placentera sensación, allí mismo, a lomos de aquel caballo, con su cabeza apoyada sobre el Príncipe, así se sentía ella.

Tras atravesar el natural túnel que formaba aquel tupido bosque, de repente, detúvose el caballo a la vera del sendero y ambos se apearon de él. Sin mediar palabra, el Príncipe tomó la mano de su princesa y ambos se adentraron en la zona boscosa; al poco, de repente, el bosque desapareció y ante las dilatadas pupilas de sus ojos, apareció el más bello paisaje posible, una pintura hecha realidad, allí, bajo sus pies, engarzábanse ocres montañas con verdes valles, regados por juguetones riachuelos de frías y cristalinas aguas.
Con la visión de tal bello paisaje, apenas se habían percatado de que junto a ellos crecían las delicadas rosas silvestres. El Príncipe tomó su morral en una mano y en la otra su afilada espada y de un certero y seco movimiento de su muñeca, una a una cortó y dejó caer dentro de su morral, sin tocarlas, ocho rojas rosas.
Fue entonces cuando el Príncipe abrazó a la Princesa y caminó así, lentamente, manteniéndola abrazada hasta llegar a la gran piedra que culminaba el borde del acantilado, conminándole entonces a sentarse en ella. Sumisamente la princesa obedeció, sentándose en el mismo borde del precipicio y el Príncipe se sentó tras ella, sin dejar de abrazarla, muy pegado a ella, con la boca en su oído. Relajó sus brazos casi dejando a su princesa a merced del peligro y al oído le susurró: “¿de quién eres?” "Tuya", respondió su princesa estremeciéndose, ante lo que el Príncipe la apretó fuerte contra sí.. Con la otra mano escurrió su blusa dejando que cayera sobre su cintura y quedó la Princesa con sus pechos desnudos.

El frío aire de la montaña junto con sus intensas sensaciones erizaron sus pezones manteniéndolos erectos, hermosos... parecíale a la princesa que el tiempo se detenía allí, sintiendo la protección del Príncipe, la que le daba una total calma aún sabiendo que dependía de su brazo para no precipitarse al vacío, mas total era su relajación, solamente perturbada por la excitación que le producía tal cúmulo de sensaciones: sentíase dominada, protegida, sumisa, amada, relajada, intensa, húmeda, todo eso sentía a la vez.
Después de intensos instantes así abrazados, incorporó el Príncipe a su princesa y subidos al lomo del blanco caballo, deshicieron el camino recorrido para regresar a Palacio. Una vez en sus aposentos, el Príncipe ordenó a su princesa que se desnudara, a lo que ella complaciente accedió, postrándose de rodillas, desnuda y con la mirada baja, esperando las instrucciones del Príncipe.
Fue entonces cuando él vació su morral sobre la cama y los delicados pétalos de las rosas silvestres que había recogido en la montaña comenzaron su interminable baile sobre el aire de la estancia, lentamente balanceándose hasta suavemente posarse sobre su lecho, creando un bello mosaico rojo sobre el blanco de las sábanas de puro lino que vestían la cama.
El Príncipe tomó entonces en sus brazos a la princesa y de igual forma que antes se habían posado los pétalos, la depositó con suma suavidad sobre la cama, desnuda sobre los suaves pétalos de rosa.
Tumbose el Príncipe a la vera de su princesa y alargó su mano para tocar sus cabellos como acostumbraba a hacer cada noche, sentía en los poros de su piel la infinita suavidad de los cabellos de su princesa. Acercó también sus dedos a los delicados y suaves pétalos de rosa, rozándolos lentamente, mas ásperos le parecían en comparación con el tacto de los cabellos de su princesa, por lo que eligió estos últimos para que le acompañaran en su sueño, mientras, susurrándole, le dijo a su princesa....
“Puesto que eres mía, ésta noche seré yo quien te cuide... mi princesa”

jueves, 26 de mayo de 2011

DESCANSA MI PRINCIPE...

Había sido un día muy duro para el Príncipe Celta. Multitud de tareas y compromisos le habían echo estar muy ocupado y un poco angustiado por tantas responsabilidades, impidiendo a veces poder atender a Su princesa como a él le gustaría.

La princesa siendo conocedora de su situación y entendiendo su malestar,  fue presa de un deseo incontrolable de esperarle en su castillo para recibirlo como él se merece. Rauda y veloz, sabiendo que se aproxima la hora de su llegada, se dirigió hacia el castillo del Príncipe en su bello corcel blanco, regalo del Príncipe para que Su princesa acuda lo más veloz que pueda a los requerimientos de su Príncipe Celta.

Y así fue como llegó hasta el castillo, atravesó velozmente sus puertas y cruzó los pasillos que  la llevaban a los aposentos del Príncipe. Se adentró cerrando la puerta tras de si. La princesa se despojó de su vestido, de toda su ropa, quedando desnuda completamente mientras pensaba en su Príncipe y en el momento en que la descubriese en su habitación.

La princesa se arrodilló frente a la puerta, en posición de espera, fijando su mirada en el suelo y cerrando los ojos con el fin de sentir más su espera.
Sintió como la puerta se abría, los pasos de su Príncipe, sintió la puerta cerrarse y los pasos de su Príncipe avanzar hasta ella. El Príncipe se inclino levemente sobre la princesa, y con la mano posada sobre su cabeza el susurro:
-así me gusta mi princesa...sorprendiendo y complaciendo a tu Príncipe
-¿de quien eres?
-Tuya mi Príncipe
-muy bien, y ahora dime... ¿a que has venido?
-soy consciente del día tan ajetreado que ha llevado hoy y quería aliviarlo
-ummmmm mi Princesa, me gusta y me complace mucho. Pues adelante, tienes mi permiso...

La princesa se levantó y se dirigió hacia la bañera situada en la habitación de su Príncipe y procedió a llenarla de agua caliente. Se acerco hasta el Príncipe, con la mirada baja, parándose frente a él y esperó...
El Príncipe le agarró la barbilla, obligándola a levantar levemente la cara y le dijo:
-mírame... La princesa lo miró, a lo que el Príncipe contestó...házlo...

La princesa comenzó a desnudarlo, lentamente hasta despojarlo de toda su ropa. Le cogió de la mano y lo condujo hasta la bañera, introduciéndolo dentro hasta que estuvo sentado y con su espalda reposando en un lateral de la bañera. Con sus manos comenzó a mojar su pecho, sus hombros,  sus brazos, su cabeza, su cara...deslizó suavemente la esponja por todo su cuerpo, recreándose en cada rincón del cuerpo de su Príncipe...y el tiempo pasaba entre caricias, roces, toques...sintiéndose la princesa orgullosa de pertenecer a su Príncipe y feliz de proporcionarle esa paz y tranquilidad que solo ella comprendía.


Secó a su Príncipe, suavemente, absorviendo toda la humedad con su ropa y lo condujo hacia la cama del Príncipe donde lo tumbó y ella junto a él. Lo besó, lo acarició, lo abrazó, le hizo sentir tu tacto, sus manos sobre su cuerpo, su piel con la suya, su entrega más profunda...

Hasta que el Príncipe poco a poco fue cerrando sus ojos, fue abandonándose hacia su sueño, hacia el descanso que necesitaba, sintiéndose poseedor de su princesa, de sus caricias, de toda ella, con la seguridad de que le pertenecía, porque así lo sentía, así lo sentía en su cercanía...

Y así fue raptado por el sueño mientras su princesa lo miraba, lo observaba, lo vigilaba, cuidando su descanso, cuidando su sueño, cuidando que nada le molestara...cogió su mano, acercándola hacia sus labios, besándola y pronunciando...
-descansa mi Príncipe, que tu princesa hoy te cuidará...

domingo, 15 de mayo de 2011

LA ENTREGA

Todo ha cambiado para la princesa.
Desde que tomo la firme decisión de no renunciar a lo que su cuerpo y alma le decia, no ha dejado de sentir y comprobar que no se ha equivocado, que ha tomado la decisión correcta.

No ha sido fácil, no fue fácil renunciar a sentimientos fuertemente anclados en su corazón, pero el malestar, la pesadumbre, la mala conciencia, el saber de la injusticia de sus hechos, el ver cada día la paciencia, la dignidad, el respeto y el inmenso amor de Su Principe Celta, todo eso hizo mella y decididamente tomo una de las decisiones más difíciles de su vida y de la cual está muy orgullosa...la entrega a Su Principe Celta.

Y desde entonces su entrega es incondicional, su disposición, su obediencia, su inmensas ganas de aprender junto a él, sus ganas de complacerle y sentirte deseada, protegida, mimada, querida...

El inmenso orgullo de portar su collar, collar
hecho por las propias manos del principe, para
su princesa, símbolo de su pertenencia.
Cada día cuando amanece, cuando la princesa
despierta de sus sueños, se desnuda, se despoja
de su blanco y vaporoso camisón y se viste. Lo hace
a solas, sin ayuda de ninguna doncella, lo hace ella a
solas con Su Principe, sintiendo y notando su penetrante mirada, notándose observada y provocando en su cuerpo vibraciones que se traducen en humedas sensaciones que provocan una dulce y pícara sonrisa en la princesa.

Y cada vez que los quehaceres de la princesa  se lo permiten, corre veloz al encuentro de Su Principe para mostrarle su devoción y su entrega, para sentirle cerca, sentir su protección...

Y así transcurren los segundos, los minutos, las horas, los días...cada vez mas entregada, cada vez más suya...


viernes, 13 de mayo de 2011

El collar de su princesa

Encaminose el Príncipe Celta a lo más profundo del bosque que tan bien conocía, feliz, pletórico, sintiéndose al fin Príncipe, sintiéndose poderoso y fuerte al saber que su princesa era suya, totalmente suya. Detúvose ante un viejo roble y agachose para desenterrar una vetusta caja de madera, abrió la caja y lentamente desenvolvió la tela de lino que protegía su espada, tanto tiempo voluntariamente guardada por no tener el Príncipe el poder en su mano y, como es bien sabido, no sería digno de un Príncipe, portar su espada sin poseer el poder de usarla. Mas ese poder ya lo tenía ahora, el Príncipe nuevamente era poderoso y dominante. Sujetó con fuerza la empuñadura de su espada, tensáronse los músculos de su diestro brazo y sin soltar su espada, tomó el pañuelo que se hallaba depositado junto a su espada en aquella caja de madera y lo abrió para liberar numerosas piedras que guardaba.
Sentose el Príncipe al pie del viejo roble y aunando fuerza, habilidad y paciencia, poco a poco, meticulosamente, talló aquellas piedras con el filo de su poderosa espada, una a una y en un hilo de puro lino las engarzó hasta formar un collar con ellas.
Aquella misma tarde acudió al encuentro de su entregada princesa, al verle, ésta se arrodilló ante él, bajó la mirada con sumiso gesto, ante lo que el Príncipe, sin mediar palabra, colocó la punta de su espada en la garganta de la princesa y con un preciso y suave movimiento le obligó a levantar la cabeza. Sentíase la princesa entregada, dominada, sentía el filo de la espada en su piel, sabiendo que su vida estaba en aquel instante en manos del Príncipe, mas permanecía tranquila, confiando plenamente en él.
Entonces el Príncipe le preguntó: “¿ decidme, de quién sois ?” y ella sin dudarlo, con firmeza respondió “Vuestra mi Príncipe, solo vuestra mi Amo”.
El Príncipe le indicó que se desnudara y ella obedeció sin dudarlo.
Ante la reafirmación de su entrega, el Príncipe le habló, embargado por el sentimiento, ante la estampa de su princesa, arrodillada, desnuda y con la mirada baja.
“ Durante largo tiempo, mientras destrozabas tus pies en las pedregosas tierras mediterráneas colmándome de sufrimiento, con tristeza me dediqué a recoger las piedras que encontraba por mis tierras, con el fin de que el día que decidieras en ellas quedarte, pudieras caminar segura y descalza. Esas piedras, simbolizan el largo esfuerzo y sufrimiento que he pasado hasta lograr tu entrega, por ello celosamente las he guardado junto con mi espada hasta el día de hoy. Hoy mismo las he recuperado de su cautiverio y una a una las he tallado hasta formar este collar, que será símbolo de tu entrega a partir de estos momentos ”
El Príncipe puso el collar en las palmas de sus manos extendidas y con firme voz le ordenó que extendiera su lengua, arqueando la punta hacia arriba y colgara el collar de ella. Su princesa obedeció sin dudar, la postura comenzó a estremecerla... a excitarla, sintiéndose arrodillada, desnuda, con la mirada baja y el collar sobre su lengua y sobre todo sintiendo la dominación del Príncipe sobre ella, mientras le decía que aquella boca y aquella lengua eran ahora suyas y que jamás debían mentirle o hablar deshonestamente, que siempre que hablara o su boca o lengua usara, debía sentir al Príncipe, simbolizado por ese collar, en ellas.
La princesa se sentía excitada por la dominación que el Príncipe ejercía sobre ella, cada vez más excitada, sentía como comenzaba a humedecerse sin poder evitarlo y más aún se sintió cuando el Príncipe le ordenó colocar el collar sobre sus lechosos pechos, sintió que sus pezones se mantenían erectos al roce de las piedras del collar sobre ellos, mientras el Príncipe le decía que sintiera que los pechos que el collar rozaban, eran ahora suyos también.
La princesa comenzó entonces a mojar sin control, a mojarse y excitarse intensamente, con la sensual voz del Príncipe llenándola, parecía que no podía dejar de restregar el collar por su cuerpo, por su piel, sintiendo cada piedrecilla, sintiendo al Príncipe en ella, en su cuerpo, sin poder evitar que se le escapara un gemido cada vez que las piedras rozaban sus erectos pezones.
El Príncipe entonces le ordenó que pasara el collar por su sexo, se lo ordenó en el preciso instante que su princesa, extasiada, más lo deseaba y por tanto ansiosa obedeció, sintiendo el collar íntimamente, sintiendo como cada piedrecilla estimulaba la fina piel de su húmeda intimidad, mientras el Príncipe le decía que así deseaba que le sintiera a él mismo, en esa misma intimidad. Su princesa sentía la dominación del Príncipe en su cuerpo y en su mente, sentíase extasiada, mientras en su mano sentía el ya mojado collar que mantenía oprimido contra su sexo.
Dejó el Príncipe que su princesa gozara unos minutos en silencio de aquellas intensas sensaciones, tras las que le conminó a ponerse el collar. Ella obedeció gustosa y muy despacio colocó el collar en su cuello, sintiendo como la rodeaba, sintiéndose totalmente entregada y dominada, sintiéndose plena y sumisa.

lunes, 9 de mayo de 2011

Entregose la Princesa al alba

Hallábase aquella tarde la Princesa conversando con el Príncipe Mediterraneo, como tantas y tantas veces había hecho, mas aquella tarde sentía que no era lo mismo, sentía que el Príncipe Mediterráneo cada vez se alejaba más de ella, se adentraba calzando sus robustas y cómodas botas hacia los límites de sus pedregosas tierras, hacia aquellas zonas donde la Princesa, con sus maltrechos pies no podía alcanzar. Conversando con él se lo manifestó, más con un punto de frialdad y otro de tristeza, a él no pareció importarle demasiado, mientras la Princesa tenía constantemente al Príncipe Celta en su pensamiento, a sus verdes campos, a la injusticia que le mordía la conciencia, a sus deseos, no podía dejar de pensar en ello, a cada instante. Despidiose la Princesa del Príncipe Mediterraneo con mucha tristeza y melancolía, casi como si fuese para siempre, aún sabiendo que no sería así…
Retirose la Princesa a su lecho mientras meditaba sobre el Príncipe Mediterraneo y, como tantas y tantas veces, no logró conciliar el sueño, atormentada por sus pensamientos, por su eterna lucha interna, por sus contradictorios deseos, sabiendo que una Princesa no podía tener dos Príncipes, que en algún momento quizás debiera tomar una dolorosa decisión. Pensó y pensó la Princesa, sabiendo que aquella noche era distinta noche, que aquella noche era especial, pensaba y pensaba, aún sabiendo que poco o nada tenía que pensar, mas deseaba estar segura, esta vez si, segura…
Al alba, citó al Príncipe Celta en el lugar en que solían encontrarse, arrodillose frente a él, sus constantes inspiraciones, aquellas que solía realizar en los intensos momentos, apenas permitían a la Princesa que las palabras brotasen de sus labios, mas sus intensos deseos lo consiguieron y mirando al Príncipe a los ojos, le dijo: “Deseo ser vuestra, mi Príncipe, deseo ser solo vuestra, deseo entregarme a vos, deseo que tomeis mi mano y me guieis por tierras seguras y por verdes campos, lo deseo… lo deseo y estoy segura de ello… quiero ser vuestra”
El Príncipe, estremecido por las ansiadas palabras de su Princesa, sintiose intenso, poderoso, sintió como cada músculo de su cuerpo se tensaba, como las emociones labradas en tanto tiempo, en tan larga espera, en tantos dolorosos momentos, esas emociones se condensaban en sentidas lágrimas que brotaban de sus ojos sin poder ni querer evitarlo.
Hízose el silencio entonces entre los dos, un silencio cómplice, un silencio emocionado, emocionante, intenso, íntimo, un silencio solo roto por la intensa respiración de ambos…
El Príncipe deseaba oirlo de nuevo, después de tan larga espera y de tantas y tantas frustraciones pasadas y por ello, nuevamente le insistió en un breve y emocionado diálogo entre ambos:
- “¿ En verdad sois mía ?”
- “Lo soy”
- “¿ Estáis segura ?"
- “Lo estoy”
Príncipe y Princesa uniéronse entonces en silencio en un fuerte, emocionado e interminable abrazo, las lágrimas de emoción brotaban de sus ojos, sentían sus corazones latiendo juntos, en sus pechos unidos y así se quedaron... así se quedaron …

jueves, 5 de mayo de 2011

MI PRINCESA

 "....es como si el príncipe le hubiese puesto la letra a esta canción..."



Un regalo de la princesa al principe 

lunes, 2 de mayo de 2011

El cuento de la princesita

Algunas noches, cada vez menos, encontrábase la Princesa con su Príncipe Mediterraneo, hacíase el silencio cuando ello ocurría y, cuando la noche avanzaba, ella se encaminaba sola a sus aposentos, mas no sentía miedo, pues siempre sentía la protección del Príncipe Celta en su cercana lejanía. Sabía que, como cada noche, la blanca paloma mensajera del Príncipe Celta, arrullaría en su ventana con el mensaje de buenas noches, con el mensaje de cada noche... con Su mensaje, aquel que le daba la intensidad suficiente para íntimamente estremecerse y a la vez la justa tranquilidad que le permitiera plácidamente dormirse.
Mas aquella noche, demorábase la paloma, lo que hacía impacientarse a la Princesa, aquel hecho le hacía inquietarse, así que se levantó y abrió la ventana, dejándola ligermanete entornada para que la paloma sintiese su ansiedad y rauda llegara, tras lo que nuevamente se acostó a esperar.
Aguardaba la Princesa en su lecho, cuando un leve ruido la sobresaltó, dirigió su mirada a la ventana y pudo observar, incrédula, la figura del Príncipe Celta, lo que hizo que la Princesa ansiosamente intentara incorporarse, acción de la que desistió tras un leve gesto impositivo del Príncipe.
El Príncipe sigilosamente avanzó hasta llegar al principesco lecho, arrodillose a la vera de la Princesa y con otro leve gesto le indicó que guardase silencio. La Princesa inspiró profundamente como solía hacer en los momentos intensos y más cuando sintió la mano del Príncipe acariciando tiernamente sus suaves y rubios cabellos y su boca a escasos milímetros de su oído. Fue entonces cuando el Príncipe comenzó a susurrarle, con su cálida y tranquilizadora voz:
“Únicamente he venido a contarte un cuento al oído... un breve cuento de princesas”
A lo que ella, contrariada respondió: “¿De princesas? Pero si Princesa soy yo”
Un enternecedor movimiento de la mano del Príncipe entre sus cabellos fue suficiente para que la Princesa se relajara, confiando plenamente en él.
El Príncipe comenzó entonces el cuento, con el mismo cálido susurro en el oído de la Princesa:
“Érase una vez una joven y preciosa princesita, alegre, tierna, sensible y traviesa, que con su frescura cautivaba a todo aquel que tenía la enorme fortuna de conocerla, mas esa princesita muchas veces intentaba pensar en su futuro, en el complicado futuro que a todas las princesas aguarda y el pensarlo le atormentaba, no era capaz de ordenar sus pensamientos, de casarlos con sus sentimientos, de pensar de forma que pudiera conseguir la tranquilidad que sabía la llevaría a su feliz esencia y mientras jugaba, correteaba, disfrutaba de sus travesuras, en su irreal mundo, intentando olvidar la incertidumbre de sus pensamientos. Pero un buen día, la princesita, jugando con aquella ranita con la que desde hace tanto tiempo jugaba, a la que traviesamente había maltratado tantas veces, aquel día, después de tanto tiempo, la había mirado con cariño, con nostalgia, depositándola en la palma de su mano como acostumbraba a hacer, la miró y entonces la ranita le dijo “princesita, por fin te has fijado en mi, tanto tiempo y no te has dado cuenta que yo he estado aquí siempre, cerca de ti, que me has despreciado y maltratado en tus travesuras y solo yo puedo conseguir que puedas cumplir tus sueños, colócame bajo tu almohada esta misma noche y verás ...”
La princesita, que no daba crédito a lo que había sucedido, con inmensa ilusión tomó tiernamente a la ranita en su mano y bajo su almohada la colocó tal y como le había pedido la propia ranita y aguardo.... "
El Príncipe Celta susurraba este cuento en el oído de la Princesa, a un solo milímetro de ella. Estremecíase La Princesa con la cercanía del Príncipe, notando su aliento, sus dedos entre sus cabellos, su cálida voz que suavemente penetraba en su interior y la llenaba toda, que la llenaba de serenidad, de ternura, de bienestar... haciéndola inspirar y suspirar a cada instante, se sentía protegida, mimada, cuidada, querida, deseada, se sentía Princesa, sentía su esencia muy adentro, muy íntimamente, se sentía entregada, sentía al Príncipe penetrando por todos los poros de su piel, ahora totalmente en silencio pues el Príncipe había interrumpido el cuento y sentíanse ambos íntimamente unidos, intensamente unidos.
Fue entonces cuando la Princesa, intentando calmar su sabida y por veces infantil y tierna ansiedad, como era de esperar, con quebrada y suave voz preguntó al Príncipe: “ pero, decidme, ¿consiguió la ranita que la princesita pudiera cumplir su sueño? ¿Lo consiguió? ¿lo Consiguió"? quiero conocer el final del cuento, os lo suplico.”
A lo que el Príncipe reaccionó con una emotiva y tierna sonrisa y con unos minutos de silencio, de aquellos que siempre desesperaban y estremecían por igual a la Princesa, tras los que, nuevamente susurrándole al oído, le dijo “mira en tu interior, déjate llevar por tus sentimientos, el cuento ya ha llegado a su fin y yo estoy aquí, contigo, siénteme, ¿acaso no se ha cumplido tu sueño... princesita?”
Estremeciose entonces la Princesa sintiendose princesita, sintiendo que él era su sueño cumplido, mil sentimientos que se hallaban escondidos se agolparon de repente, sintiose íntimamente excitada, plena, feliz.
Incorporose entonces el Príncipe, arropó con mimo a la Princesa y luego besó suavemente a la Princesa en la frente, sintiose entonces la Princesa protegida, cuidada e inmune ante las adversidades, en el solo roce de los labios del Príncipe sobre su frente.
Desapareció entonces el Príncipe en la oscuridad de la noche y la Princesa quedó entonces sumida en un plácido sueño, inconscientemente disfrutando de sus sueños de princesita...

domingo, 1 de mayo de 2011

SU PRINCIPE

Han pasado tantas cosas en la vida de la princesa en tan poco tiempo, que a veces piensa que se trata de un sueño, que en cualquier momento despertará y todo volverá a ser como antes.
Pero sabe perfectamente que lo que está viviendo es tan real como que es princesa, tan real como que tiene dos principes. Dos principes, sí, dos principes que la agasajan, le dicen palabras bonitas al oido, la miman, la desean...dos principes tan distintos como la noche y el día, dos principes con vidas muy diferentes y que cada uno a su manera han ido demostrando hasta donde son capaces de llegar por su princesa.

Pero ultimamente, han ocurrido hechos desafortunados que han echo que el mundo de la princesa se tambalee, hechos que han provocado en la princesa un profundo dolor, una profunda verguenza y un más profundo sentimiento de arrepentimiento por el daño causado. Porque sabe que no ha sido justa, no ha sido honesta, no ha sido ella misma y no ha sabido demostrar el profundo respeto que siente hacia quien le importa. No ha sabido valorar quien le aporta tranquilidad, estabilidad, serenidad, confianza, todo aquello que la princesa necesita para sentirse feliz.

La princesa ha llorado, maldecido, condenado. Se ha lamentado de ver como Su principe Celta, una y otra vez, le ha tendido la mano para ayudarla, para hacerle el camino más fácil, demostrándole su amor incondicional y su disposición a protegerla de cualquiera que se atreva a dañarla, y ella no ha correspondido como sabe y siente todos esos sentimientos que emanan del corazón del principe.


Pasan los días y la princesa siente como el sentimiento que antes la hacia correr sin pensar hacia quien la mimaba desde tierras mediterraneas, se aplaca, se desvanece, se silencia, se transforma en otro sentimiento más calmado y pausado, más cerebral y menos pasional. Un sentimiento que la trastorna por las ilusiones y esperanzas depositadas y que en momentos la entristecen.
Pasan los días y la princesa siente crecer en su interior un sentimiento que le une, que le aproxima, que le acerca, que le ata a quien la cuida y vigila desde tierras celtas.
Un sentimiento cada vez más fuerte y más intenso que se refleja en el estado de pesadumbre cuando no lo escucha, cuando lo siente lejos.

Pasan los dias y la princesa continua en su castillo,tranquila, calmada, sabiendo que va por el buen camino, confiando en su instinto, en su buen corazón, y con la ayuda cercana de Su principe Celta, que la acompaña, la protege, la consuela, la ayuda.
Y la princesa avanza, paso a paso, hacia un destino cada vez más cercano.
"Confia en mi, mi principe, confia en mi..."

jueves, 28 de abril de 2011

Los sentimientos del Príncipe Celta

Era el Príncipe Celta distinto hombre, de rocosa seguridad en sí mismo, de claras y constantes ideas, de fortaleza inexpugnable y para el que no existía la palabra “duda”, mas también sensible, extremadamente sensible, capaz de resolver con arrolladora energía y capacidad el mayor de los reveses, al tiempo de poder encajar con dolor un injusto insignificante gesto o ínfimo detalle. Custodio de su intimidad hasta el punto de generar en ocasiones, un halo de misterio sobre su persona y al tiempo persona en la que confiar ciegamente.
Sentíase inmensamente atraído por su Princesa, por su fresca ternura, por su eterno contradictorio carácter, por su gran corazón, por su belleza, por su lechosa y suave piel, por su desbordante sureña alegría, por su atrayente y sumisa entrega…
Mas no era solo atracción lo que sentía por ella, era un cúmulo de intensísimos sentimientos, sin duda reforzados por el tiempo, por muchas vivencias unidos, por desencuentros, por complicidades, por íntimas sensaciones, por amores y pasiones íntimamente demostrados, por ser ya parte de él….
.
Y cada vez que de ella hablaba,
no solo palabras decía
su corazón palpitaba
y tornábase en poesía
.
y por ello sin duda era
que de ninguna manera podía
ver sufrir a su Princesa
verla sufrir ni un día.
.
que de ninguna manera,
por más que a veces quisiera
podría separase de ella
ni imaginarlo siquiera
.
Su Princesa lo era todo
lo era todo para él
aunque a veces, de algún modo
ella no lo supiese entender.
.
Anhelaba estar con ella,
así juntos, siempre unidos,
anhelaba a su Princesa,
que se unieran sus destinos…

miércoles, 27 de abril de 2011

Los valiosos tesoros

El Príncipe Celta deseaba que La Princesa de una vez por todas tuviera la valentía de cruzar aquel túnel, ánsiabalo intensamente, mas sorprendiole aquella tarde la Princesa pidiéndole consentimiento para citarse con el Príncipe Mediterraneo, deseo que, por el enorme cariño que le tenía a ella, el Príncipe Celta amargamente le concedió, a sabiendas de que ella lo deseaba fervientemente y a pesar de que debía recorrer un largo camino por las abruptas tierras mediterráneas. Habían el Príncipe Celta y su Princesa, conseguido valiosísimos tesoros los días precedentes, valiosísimos para ambos y que les habían mantenido muy unidos, íntimamente unidos, los cuales el Príncipe Celta temía perder en aquel viaje de su Princesa y fue por ello que el Príncipe Celta puso a disposición de la Princesa una cómoda carreta, tirada por un blanco caballo, con el afán de cuidarla, de protegerla, de cuidar sus pies y de que transportara sus tesoros con seguridad. El Príncipe Celta sentíase, por muchos motivos, intranquilo con aquel viaje, por un lado, dolíale que su Princesa tuviera tal inmerecida admiración y deseo por el otro Príncipe, relegándole a él constantemente por tal motivo. Por otro lado el Príncipe Celta consideraba para sus adentros, que no debía la Princesa arriesgar en ese viaje los tesoros que ambos tenían, que si ello hacía, o era por motivo de que el otro Príncipe le importaba más que los tesoros o que le importaba más que él mismo y ambos motivos, le rompían el corazón. Y también el Príncipe sufría porque la Princesa, una vez más, a pesar de ser advertida en innumerables ocasiones, volvía al terreno pedregoso, poniendo en peligro su integridad y la de los tesoros de ambos. Y así partió la Princesa, contenta, ilusionada y sobre todo tranquila por creer que al obtener el consentimiento del Príncipe Celta éste quedaba conforme con el viaje y sus tesoros estarían a salvo. Y tras su partida, su pensamiento solo estaba en su encuentro con el Príncipe Mediterraneo, sólo en el, ilusionada, apartó su pensamiento de su Príncipe Celta, apartó su pensamiento de sus tesoros y también del abrupto camino, ese fue su gran error... Fue entonces cuando el Príncipe Celta, desesperadamente intranquilo, envió un mensaje a la Princesa utilizando la blanca paloma: “Recuerda que eres mi Princesa, no me apartes de tu pensamiento y protege nuestros valiosos e íntimos tesoros”. El Príncipe, nervioso e intranquilo, esperó la contestación a su mensaje por parte de la Princesa, lo anhelaba, lo deseaba… desesperadamente. Esperó y esperó a la paloma, convertíanse los minutos en segundos y los segundos en inmensa desesperación y preocupación. Mientras, la Princesa, miraba a las nubes y su pensamiento únicamente lo ocupaba el otro Príncipe, de forma que no veía la blanca paloma con el mensaje, a pesar de que ésta se hacía muy visible y no contestó al ansiado mensaje del Príncipe Celta, jamás lo contestó… nunca… La Princesa, ya desde lejos divisó al Príncipe Mediterraneo que la esperaba e inconscientemente bajose en marcha de la carreta, dando, sin siquiera percatarse obnubilada con la visión del Príncipe, con sus maltrechos pies contra las duras piedras y al fin consumó, llena de gozo, su encuentro con el otro Príncipe. Mientras, el Príncipe Celta, intuyendo una desgracia y víctima de la desesperación después de esperar en vano la contestación de su Princesa, no lo dudó y, a pesar de sus doloridos y llagados pies, raudo corrió en busca de su Princesa y tesoros, adentrándose en las pedregosas tierras mediterraneas sin permiso, cosa que jamás había hecho antes y, al llegar donde estaban su... su? Princesa junto con el Príncipe Mediterraneo, el Príncipe Celta sintió como se le rompía el corazón, como el dolor le invadía al ver cómo su Princesa, feliz junto al otro Príncipe, le había olvidado, había obviado su mensaje, cómo la Princesa tenía los pies ensangrentados y ni de ello se había percatado y… y… que al bajarse en marcha de la carreta, ésta quedara sin control, una de sus ruedas había alcanzado una piedra en su recorrido, haciéndola volcar y todos los íntimos tesoros de ambos, aquellos que habían conseguido días atrás con esfuerzo, aquellos maravillosos tesoros, hallábanse ahora trágicamente desperdigados por tierras mediterráneas. El Príncipe Celta, dolorido y embravecido irrumpió en la conversación que mantenían y díjole a la Princesa “Has de elegir entre él y yo”, mas lo dijo presa de la desesperación, como un reto, sin ser lo que realmente deseaba. La reacción de la Princesa fue especialmente dolorosa para el Príncipe Celta, por brusca, por inesperada, por fuera de lugar y por ver cómo la Princesa, increíblemente, sí, increíblemente, defendía una vez más al Príncipe Mediterraneo sin querer elegir y sobre todo por injusta, por muy injusta. El Príncipe Celta, sin mediar palabra, dio la espalda a la Princesa y dirigiose, indignado y destrozado, a sus tierras, mientras veía de reojo cómo la Princesa recogía del suelo, casi con desprecio, alguna pieza de sus tesoros mientras no dejaba de buscar con su mirada al Príncipe Mediterráneo, al que no veía, ni sabía que mientras ella no estaba, indignamente, divertíase con bonitas cortesanas oculto tras la arboleda, ajeno a la situación. La Princesa comenzó entonces a ver cómo sus tesoros eran difíciles de recuperar y corrían riesgo de perderse para siempre por lo que, asustada, rauda corrió en busca de su Príncipe Celta, mas éste al principio la ignoraba, lo que causó desesperación y dolor en la Princesa. Al percatarse de esto, el Príncipe Celta, resultándole insoportable ver así a su Princesa, atendió a sus explicaciones y hundido, casi sin apenas poder hacerlo, ayudó a la Princesa a lentamente recuperar mínimamente aquellos tesoros, mas al ver a su Princesa inquieta ante la proximidad de la hora de partida del Príncipe Mediterraneo, en un digno acto de gallardía y amor hacia su Princesa, le pidió que atendiera a su otro Príncipe y ella así lo hizo, dejando solo por unos instantes al Príncipe Celta, que éste dedicó a intentar recuperar las piezas del tesoro de ambos, con escaso éxito pues sus lágrimas le impedían localizarlos entre las piedras. Sólo cuando el Príncipe Mediterráneo hubo partido, tranquilo, con sus fuertes y cómodas botas, con los pies impecables, la Princesa acudió junto al Príncipe Celta y en contraposición a la tranquilidad de Mediterráneo, ello dos, humildemente arrodillados y muy emocionados ambos, se dedicaron largo tiempo a intentar recuperar sus tesoros entre las piedras y entre las abundantes lágrimas de ambos, intentando sobreponerse al intenso dolor que tenían, pero con la fuerza que siempre les proporcionaba el hecho de estar juntos. Al anochecer, ya cada uno en su lecho, el tenso silencio se apoderó de las emociones, más los pensamientos y sentimientos de ámbos volaban los unos al encuentro de los otros, si, volaban y surcaban el aire y no había en esos momentos terrenos difíciles ni piedras que fuesen impedimento. Los del Príncipe llegaron a la Princesa en forma de emocionado y fuerte abrazo y besos que le ayudaran a aliviar su dolor y la reconfortaran en la noche y los de ella llegaron al Príncipe en forma de la preciosa e inmensa emoción que le daba su esencia.

martes, 26 de abril de 2011

¿hasta cuándo?

Gustábale a la Princesa caminar por verdes campos, tumbarse en la fresca hierba, jugar, sacar la niña traviesa que dentro llevaba, por veces tristemente perdida en su interior. Mas, sin embargo, sin saber muy bien por qué, la Princesa había caminado demasiado tiempo en el pasado, por las pedregosas tierras mediterráneas, entretenida, feliz, disfrutando a veces de su inconsciencia con sus tropezones en las piedras, sin ni siquiera acordarse de la existencia de otras tierras de inmensos y verdes campos en las que podría caminar con más seguridad, más firme y corretear sin miedo a tropezar, dejando que la eterna niña traviesa pudiera disfrutar jugando y recuperando su íntima esencia.
Y a pesar de que ahora la Princesa acudía al encuentro de su Príncipe Mediterráneo en una zona de terreno mucho menos pedregosa, la Princesa había quedado muy herida de tanto tiempo caminando entre las piedras, tenía su base, sus pies, maltrechos y con dolorosas llagas. Maldecíase a si misma, arrepentíase ahora de su inconsciente actitud, de la pérdida de su esencia, de haber caminado y actuado de indigna forma para una Princesa y deseaba ahora caminar por tierras más seguras y que la fresca hierba sirviera de íntimo bálsamo para sus pies. Sin embargo, incomprensiblemente, recordaba con nostalgia los saltos entre las piedras, incluso los dolorosos tropezones.
En sus cada vez más frecuentes e intensos encuentros con el Príncipe Celta, en el claro del bosque donde se citaban, amargamente se quejaba el Príncipe de que él caminaba descalzo desde su pasado enterramiento y aunque cada vez ansiaba más estar con su Princesa, cada vez la sentía más cerca, más suya, más intensamente, también cada vez más sus pies, llagados, doloridos y destrozados por haber caminado por el terreno pedregoso en busca de su Princesa, hacían que el Principe temiera que, de seguir así, trágicamente, algún día, quizás no muy lejano, sus pies no responderían y no podría acudir al encuentro de su Princesa, quizás nunca jamás…
Mas la Princesa, en su momento, había ordenado al maestro guarnicionero de Palacio, le confeccionara al Príncipe Mediterraneo unas robustas y cómodas botas, para que no dañara sus pies, caminando en sus pedregosas tierras. Por este y no otro motivo acontecía, que el príncipe Mediterraneo encontrábase cómodo y feliz en el terreno pedregoso y, aprovechándose y valiéndose de la buena fe de la Princesa, a sabiendas del cariño que ella le profesaba, y de su ya conocida costumbre de siempre desear agradar a los demás, convencíala para que continuara caminando por incómodo y dificultoso terreno, a pesar de que, viendo que la Princesa ya comenzaba a sufrir y entender que no era eso lo que ella deseaba, la empujaba ahora a un terreno menos pedregoso, con la indigna intención de mínimamente contentarla.
La Princesa sin embargo deseaba ser ella misma, deseaba que sus pies volvieran a ser bellos y delicados, deseaba caminar por zonas más seguras, más limpias, donde sintiera que recuperaba su esencia y pudiera liberar su dañada conciencia de atormentadores arrepentimientos, donde pudiera jugar y corretear su interna niña consentida.
El Principe Celta, que con sus legendarios poderes había intuído la situación en que se encontraba su Princesa, a pesar de que ella constantemente le ocultaba sus correrías pasadas por tan poco propicio terreno y sabedor de su también delicada posición, abriole los ojos a su Princesa, haciéndole ver que, de ninguna manera podían, ninguno de los dos, continuar caminando en ese terreno, pues ambos acabarían destrozados. El Príncipe tomó entonces la mano de su amada Princesa y la guió hasta un rincón apartado y le pidió que mirara donde él le señalaba: ante la mirada de ella mostrose un lúgubre, oscuro y largo túnel de frondosa vegetación. El suelo era abrupto, pedregoso, escarpado y siluetas extrañas semejaban cubrirlo en la inquietante oscuridad. Miedo, mucho miedo sitió la Princesa y sintió que deseaba alejarse de aquel lugar, mas echóle una última mirada y percatose que al final del siniestro túnel se divisaba una inmensidad de campos verdes, llenos de luz, podían hasta divisarse mariposas y escuchar melodiosos trinos de diversas aves.
El Príncipe entonces con voz firme y segura le dijo: “Al final de ese túnel, al que aquí llaman Túnel de Honestia, está tu esencia y allí es donde deseo que ambos estemos”. La Princesa entonces, muy a su pesar, recobró su tormento, pues no se atrevía a cruzar el túnel porque el miedo la atenazaba. Sabía que si conseguía el valor para cruzarlo, le esperaban los ansiados, infinitos y verdes campos, mas continuaba ocultando a su Príncipe Celta dicha angustia, provocándole un constante dolor.
La Princesa se vio entonces envuelta en un mar de contradicciones, ansiaba cruzar el túnel, pero el pánico se lo impedía, sufría por el Príncipe Celta pero no era capaz de enfrentarse al pasado para disfrutar ahora el presente e ilusionarse con su futuro.
Y así estaba entonces la Princesa, víctima de su conciencia, cómodamente obviando que debía enfrentarse al túnel para conseguir llegar a dónde ansiaba y mientras, la angustiosa inacción de la Princesa hacía que ella misma y el Príncipe Celta, continuaran destrozando sus pies en terrenos indeseados… ¿hasta cuándo?