lunes, 30 de enero de 2012

Érase que se era... un Príncipe

Érase que se era...
un Príncipe poco corriente
un Príncipe vehemente
un Príncipe a su manera.

Un buen día soleado
una Princesa encontrose
y de la misma prendose
hasta quedar muy tocado.

Prendose de la princesita
de su infantil alegría
de su innata valía
 de la bella muñequita.

Mas un día nublado
descubrió con tristeza
que aquella dulce belleza
hallábase con un malvado.

El Príncipe la respetaba
en su triste elección
mas sintió indignación
al ver que la maltrataba.

Pero la Princesa insistía
en estar con el villano
y resultaba en vano
lo que el Príncipe advertía.

Mas aunque infantil era
no era tonta la Princesa
y puso sobre la mesa
las cosas, a su manera.

El Príncipe mucho sufría
la princesa le dañaba
el sin duda la amaba
y aun así la protegía.

Y triste la historia era
del Principe y la Princesita
que al malvado necesita
para estar siempre a su vera.

Mas aunque vivir no podía,
este Principe sin ella,
deseaba a la mas bella
pero la dignidad perdía.

Ella dejaba de ser ella misma
por el malvado en cuestión
que sin ninguna compasión
le generaba un gran cisma.

Y llego al fin un momento
en que la Princesa creía
que al Príncipe y malvado quería
a los dos, sin argumento

Mas tal no podía ser
que principes y malvados
pudieran a la vez
ser amados no podía acontecer !

Y asi fue, bendito día !,
el que la Princesa eligió,
al Príncipe que la protegió
y no al malvado que la hería.

Y así fue y no de otra manera
que Príncipe y princesa juntos
dirimieron sus asuntos
uno del otro a la vera.

Pero al revés de aquel cuento
no pudieron ser felices
y no comieron sus perdices
que se sepa, de momento.

Pues lastimosamente acontecía
que al malvado no olvidaba
la Princesa le recordaba
mas no era lo que decía.

El Príncipe entristecido
por sentirse decepcionado
mentido y engañado
sentíase muy herido.

La Princesa entendía
la injusticia manifiesta
que no todo así era fiesta
y que al Príncipe perdía.

Ella y solo ella sabía
que al malvado recordaba
que de él no se libraba
mas al Príncipe quería.

Érase que se era....
un Príncipe poco corriente
difícil, paciente
un Príncipe a su manera.

sábado, 28 de enero de 2012

ÉRASE QUE SE ERA...



Erase que se era,
una princesita alegre y dicharachera,
una princesita que no dejaba que nada le afectase,
una princesita que vivía para ser feliz
y para encontrar a quien la acompañase en esa felicidad.

Un día, creyó encontrarle, más no escatimó en entregarse a dicha felicidad,
sin tener en cuenta a nada ni a nadie,
a riesgo de equivocarse, arriesgando unos sentimientos, unos valores, unas enseñanzas,
y herir a quien desde tiempo atrás la acechaba, la cuidaba, la protegía.

Y se equivoco, precipitándose a un abismo oscuro y profundo,
que le tatuó en lo más hondo del corazón la pena, la tristeza, la desdicha,
arrepintiéndose y maldiciendo lo ocurrido,
y prometiéndose a si misma que no volvería a suceder, jamás.

Comenzó a caminar, creyendo que entendía,
y lo hacía, pero no como debiera,
saltando por el camino y esquivando piedras que no se pueden esquivar,
dirigiendo sus ojos azules al cielo perdiendo la mirada al suelo por el que dar esos pasitos,
dejando de escuchar una y otra vez la voz y los consejos de quien la reprendía por sus actos...

Erase que se era,
una princesita que se equivocó y se equivocaba,
que llegado el momento paró en su camino y miro hacia atrás,
y le vio,
sus ojos vidriosos, su mirada triste, su mano temblorosa...

Era se que se era,
una princesita...

viernes, 13 de enero de 2012

TUYA, TU PRINCESA


En esta noche que envuelve cada rincón de este reino,
noche estrellada y sosegada,
noche placentera y cálida,
quiero decirte que...
yo, tu princesa, soy tuya, tuya,
inmensamente tuya,
susurrándote mis deseos en nuestros besos,
perteneciéndote en mil miradas,
entregándome en tus despertares,
complaciéndote en tus morbosos caprichos...
yo, tu princesa, soy tuya.

miércoles, 4 de enero de 2012

gracias...gracias...gracias

Era sabedor el Príncipe de los deseos y anhelos de la Princesa, sabedor era de su arrepentimiento y de sus ganas de que le perdonara, mas era consciente el Príncipe que a partir de ese momento ya nada sería igual, pues aún habiéndose recuperado de sus graves heridas, cada mínimo movimiento en falso, reproducíase su dolor y éste le llevaba a un dolor mayor por el triste recuerdo de la traición sufrida.
Sin embargo, ajena a éstas circunstancias debido a su, por veces adorable y por otras desesperante, comportamiento infantil, hallábase contenta y alegre la princesa al ver cómo el Príncipe había defendido sus tierras, le había reconfortado ver aquel robusto letrero que anunciaba el Reino Celta, creyéndose ella misma, inocentemente, parte de las posesiones y creyendo que todo aquello había sido un mal sueño. Mas poco tardó la Princesa en descubrir que el sueño no era tal, sino la siempre temida y dura realidad.
Fervientemente ansiaba la princesa poder volver con el Príncipe, mas veíase fuera del Reino Celta y llenábale ello de amarga tristeza y mil veces maldecía su injusta traición al Príncipe.
Sentíase la princesa desdichada, inmensamente triste, sin fuerzas y ya casi sin esperanza de poder recuperar al Príncipe, sus preciosos ojos habían perdido su característico intenso brillo pues no le quedaban ya lágrimas que brotar... hasta aquel día, aquel preciso día en que la princesa cumplía años, aquel día al Príncipe le vino a la mente una frase de la princesa, una frase llena de emoción, dicha por ella misma en el mismo momento en que años atrás había sucedido: “a estas horas nació una niñita rechoncha, blanquita muy blanquita y pelona”.
En ese preciso instante el Príncipe envió un emisario con una sorprendente misiva para la Princesa:
Al leerlo la princesa no daba crédito, necesitó releerlo y releerlo para al fin creerlo, su rostro cambió al instante tornándose alegre y luminoso, sus bonitos ojos recuperaron el brillo perdido y la ilusión se apoderó de ella sin apenas enterarse, convirtiéndola nuevamente en aquella princesita infantil e ilusionada.
Apretó la misiva estrujándola en su mano derecha e impulsivamente corrió hacia el castillo tan rápido que apenas sus pies tocaban el suelo del bosque que circundaba las tierras celtas, ni siquiera el viento era capaz de detener sus rubios cabellos, con los que jugaba incansablemente en su recorrido hasta llegar a los inmensos portalones del castillo, los cuales se abrieron justo al instante de llegar ella, por lo que no tuvo ni que detener su carrera, ni tampoco la gran escalinata del castillo fue impedimento para que, subiéndola de tres en tres escalones, se plantara en los aposentos del Príncipe y saltara sobre él estrechándolo entre sus brazos con arrollador ímpetu mientras sus lágrimas de nuevo brotaban de sus bonitos ojos y resbalaban sobre las sonrosadas mejillas hasta rematar en la dulce sonrisa que ya por fin formaban sus labios mientras repetía sin descanso una única palabra: gracias...gracias...gracias...gracias...