viernes, 25 de noviembre de 2011

“El Reino Celta”

La fortaleza del Príncipe fue suficiente para que sobreviviera de tal trágico acontecimiento, tras el que se encerró en su castillo intentando recuperarse de sus heridas.
Mas sentíase traicionado y triste.... muy triste, añorando a su princesa. Levantábase cada mañana al alba y miraba tras los cristales de la angosta ventana de sus aposentos y allí veía a la princesa cada día, todos los días, desde antes de amanecer, cerrando aquel hueco por el que antaño esperaba que el Príncipe Mediterraneo pudiera colarse al castillo del Príncipe Celta. Lo cerraba a conciencia, con fuertes maderos y piedras que ella misma transportaba entre lágrimas y en la soledad de su tristeza. Deseaba fervientemente demostrarle el Príncipe Celta que jamás volvería a permitir que el otro Príncipe entrara de nuevo, deseaba con todas sus fuerzas que perdonara su traición..
De vez en cuando, la princesa miraba tímidamente y de reojo la ventana de los aposentos del Príncipe, una mirada infantil, temerosa y triste, inmensamente triste. Cuando las miradas de Príncipe y princesa se cruzaban en el infinito, de los ojos de ambos brotaban gemelas y silenciosas lágrimas de añoranza.

Un bonito día del comienzo del otoño, cuando el sol asomaba y hacía brillar las caídas y lobuladas hojas de los centenarios robles que poblaban los jardines del castillo, el Príncipe sintió deseos, por primera vez, de acercarse a aquel maldito lugar donde se había consumado la traición y así lo hizo, encaminose lenta y tranquilamente a aquel rincón donde veía trabajar a la princesa cada día, asegurándose de que ella no se hallaba en las cercanías, pues no deseaba encontrarla, no podía. Una vez allí, pudo comprobar que de una de las ramas con la que la princesa bloqueaba el acceso, colgaba un papel, un papel que no era sino un mensaje dirigido al Príncipe Mediterráneo:
“Has hecho de mi una mujer desgraciada, me has manipulado y destrozado a tu antojo y no he sido consciente de ello hasta ahora, te has aprovechado de mi amor por ti y has permitido que hiciese un daño irreparable a la persona que más amo y que no lo merecía. Te ruego vuelvas a tus tierras mediterráneas y no intentes replicarme ni responderme a esta misiva y sólo te pediré una cosa, más bien te la exijo pues me la debes, que quemes todos mis recuerdos y todas aquellas cosas mías que posees, pues no eres digno de tenerlas, te deseo lo mejor pero lejos, muy lejos de mi”.

Sorprendido y ligeramente aliviado por sentir que al fin se había hecho justicia y ver que la princesa luchaba por él con ahínco al darse por fin cuenta por ella misma del daño que había recibido y causado, el Príncipe Celta ordenó levantar un infranqueable muro que rodeara sus vastas tierras. Había decidido proteger sus tierras, proteger todas sus pertenencias y mostrar su innata fortaleza y dominación para siempre.
Y a partir de entonces el Príncipe Celta ejerció un implacable dominio de todas sus pertenencias y sus tierras se convirtieron en inexpugnables para cualquiera y a la entrada de ellas, un gran letrero de robusta madera de roble, advertía de ello a cualquiera que pretendiera tener la osadía de intentar adentrarse. El letrero lo decía muy claro...