martes, 26 de julio de 2011

Un premio de alguien especial




Aunque este blog es bastante singular y diferente por su contenido, me permito hacer un paréntesis (mi Amo estará de acuerdo) para hacer mención de un detalle en forma de premio que nos ha otorgado alguien especial, Dulce{Adriano}.
Gracias preciosa por acordarte de este castillo tan personal de dos personas en el cual  reflejamos de manera muy muy muy íntima nuestro paso y paseo por un camino que un día se cruzo y que desde entonces seguimos juntos sin soltarnos de la mano.
Gracias por acordarte en estos momentos duros donde estas haciendo alarde de una paciencia, entereza y aguante infinito. Desde aquí te mando mi cariño más sincero y un abrazo fuerte que te ayude a seguir mirando hacia delante con calma sabiendo que todo llegará.

Y te voy a dedicar una palabras, un poemita precioso de Lorca que dice...

La noche no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.

Pero yo iré,
aunque un sol de alacranes me coma la sien.

Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.

El día no quiere venir
para que tú no vengas,
ni yo pueda ir.

Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.

Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.

Ni la noche ni el día quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.

"Gacela del amor desesperado". Federico García Lorca.




miércoles, 20 de julio de 2011

Las heridas

El Príncipe Celta y su princesa caminaban juntos, felices y firmes de la mano, mas a medida que caminaban, la princesa, cada vez más, sentía el dolor de las heridas abiertas que se habían producido tras el largo periplo por las pedregosas tierras mediterráneas. Y cuanto más dolor sentía, más podía imaginar el dolor que por ello tenía el Príncipe en su corazón, hasta el punto de que la princesa creía entenderlo, mas no lo entendía... no podía.
La princesa había intentado durante demasiado tiempo, olvidar, ocultar, disimular aquellas heridas, inocentemente creyendo que con esa actitud las heridas cicatrizarían solas, mas nada más lejos de la realidad, pues solo ella era capaz de curarlas, con tiempo esfuerzo y valentía.
Y llegó el día en que por fin la princesa entendió tal circunstancia y se propuso tomarse el tiempo y esfuerzo necesarios para curar esas heridas para siempre, incluso empezó a comprender que no solo era al Príncipe a quién aliviaría y reconfortaría con ello, sino que era algo que se debía a si misma, algo que debía emprender para volver a ser ella misma, para sentirse bien, para reconquistar la dignidad perdida.
Mas solo el Príncipe sabía que las heridas eran muy muy profundas y necesitarían de tiempo y mucho esfuerzo para su total curación, pero también confiaba en su princesa, sabía que ella y solo ella era capaz de conseguirlo.



Díjole entonces el Príncipe a su princesa, que había soportado en silencio y durante mucho tiempo, demasiado, el inmenso dolor de sus heridas, hasta un insospechable punto y había por ello escrito en un papel, detalladamente, la verdad y magnitud de sus heridas y había colocado ese papel en un recóndito lugar de sus tierras, cuyo enclave revelaría a su princesa cuando sintiera que ella estuviera preparada para conocerlo.
Y mientras, así seguían Principe y princesa, viviendo juntos mil preciosas sensaciones, mientras mantenían la ilusión y necesidad de cicatrizar esas malditas heridas.

domingo, 17 de julio de 2011

...¿HASTA CUANDO?

Hubo un tiempo en el que la princesa, con aparente alegría y engañosa felicidad, saltaba y correteaba por tierras no seguras, tierras llenas de caminos maltrechos, caminos confusos, caminos pedregosos, que con el paso del tiempo fueron dañándola, hiriéndola y maltratándola. Tierras pertenecientes a un príncipe por el cual la princesa sentía una adorada devoción que le impedía reconocer el daño que le causaba. La princesa intentaba ser feliz a cualquier precio.

En esos trances, la princesa se dejaba agasajar, halagar y mimar por otro príncipe, un príncipe proveniente de otras tierras, bellas y seguras, todo lo contrario que las tierras de aquel otro príncipe. Tierras libres y sin peligros, tierras seguras y tranquilas. Tal príncipe, que durante un tiempo permaneció sepultado por la inconsciencia y el maltrato inflingido por la princesa,  la miraba, le hablaba, se quejaba de su situación, de los privilegios con que era agasajado el otro príncipe y las migajas que el recibía por parte de la princesa. A veces dichas migajas no llegaban a tal categoría.
Pero la princesa, a sabiendas de la delicadeza del príncipe, del trato que le otorgaba, siempre a su lado, apoyándola, tendiéndole su mano para cogerse y avanzar procurando el menor daño posible, sintiéndose mas libre y mas ella misma a su lado, continuaba mirando hacia tierras malditas obligando al príncipe a soportar la humillación y el daño que eso comportaba.


La princesa, a pesar de su apariencia, era desdichada, porque percibía ese dolor, aunque le costase aceptarlo, las pruebas estaban en su cuerpo, en sus pies,  y en los pies del príncipe, cosa que la intranquilizaba, cosa que no le ocurría a el otro príncipe que andaba firme y seguro con sus pies protegidos gracias a la princesa.

Todo era un tormento, día tras día, lo era para la princesa porque se debatía entre la atracción de aquel otro príncipe, atracción dañina, y la necesidad que sentía hacia el príncipe que le proporcionaba lo que ella necesitaba, lo que quería, lo que siempre había anhelado.

Entre tanto pasaban los días, la princesa seguía saltando y andando, saltando y tropezando, callando, ocultando, tirando del príncipe el cual estaba cada vez más cansado y dolorido. Y seguía debatiéndose entre lo bueno y lo  malo, el bien y el mal...

...hasta que...un día, un día en apariencia normal, la princesa en un atisbo de conciencia y generosidad hacia ella misma y hacia el príncipe, señalo el "túnel", aquel túnel que un día el príncipe le mostró, al final del cual se vislumbraba la paz, la verdad, la honestidad, la esencia de todo, de ella misma. Lo señalo con fuerza y segura, con confianza de querer atravesarlo, decidida...

La princesa es consciente de lo acontecido en el pasado, lance que le causa un profundo dolor cuando acuden a ella los recuerdos, como se comportó con el príncipe, ahora su príncipe, como le causó tanto daño que aún persiste y está ahí, en un lugar de su corazón, dolor que sólo ella es capaz de curar y la cura es el reconocimiento de tales males.


La princesa acompañada de su príncipe continua atravesando ese túnel, dispuesta a curar esas heridas, a dar su vida por ello, por su príncipe, porque ella es SU princesa, solo suya.

martes, 5 de julio de 2011

Las llaves del Príncipe

Era su princesa, niña y mujer a la vez, era su encanto.... su atrayente encanto. Mas lo más hermoso de ella era la no existencia de separación alguna entre la niña y la mujer, de modo que podíase encontrar el Príncipe, en cualquier momento, en el menos esperado, sin previo aviso, a la tierna e inocente niña o a la más femenina y hecha mujer, o a ambas.
A veces su princesa tenía tentación de avergonzarse por ello, mas no debiera, no. No debiera pues el Príncipe gozaba con tal virtud, enloquecía con el encanto provocado por tan explosiva y encantadora mezcla y más, teniendo en cuenta que en posesión del Príncipe se hallaba la llave que abría ambas puertas, él sabía cómo sacar la femenina mujer y también cómo sacar la tierna y mimosa princesita, aunque, bien pensado, también sabía sacar la princesa sumisa, la felina, la traviesa, la provocadora, la infantil.... tenía el Príncipe un manojo de llaves con las que abrir cada puerta de su princesa, algunas de las cuales ella misma le había entregado y otras las había fabricado el Príncipe con sus manos, para abrir aquellas puertas que ni su propia princesa sabía que en ella existían.

Penetraba el Príncipe a su antojo en el interior de su princesa, aquel interior que se asemejaba al castillo donde ella vivía. La puerta de entrada era sencilla, endeble y se abría desde fuera con una simple llave, fácilmente manipulable. Una vez atravesada la puerta principal, hallábanse otras dos puertas, una pequeña, a la izquierda, adornada con motivos infantiles, predominando el rosa y otra puerta a la derecha, más grande y robusta, elegante. Tras la pequeña puerta de la izquierda hallábase la princesita niña: mimosa, alegre, infantil, simple, traviesa, muy tierna y algunas veces provocadora.


Y al atravesar la elegante puerta de la derecha el Príncipe encontraba a la princesa mujer, una mujer, mujer. Pero a su vez, dentro había más puertas: una puerta muy sofisticada tras la que se escondía la princesa femenina, atractiva, atrayente. Hallábase también una puerta muy grande, robusta, ruda, cerrada por una enorme cerradura de hierro que movía el engranaje de unos enormes y pesados pasadores, como si de la puerta de una gran mazmorra se tratara y tras ella estaba la princesa oscura, sumisa, morbosa, una princesa convertida en zorrita viciosa y provocadora.
En medio de todas las estancias, existía un gran patio central que albergaba el enorme corazón de la princesa, que repartía energía por todas las habitaciones, pasillos, que también surtía de energía al Príncipe y a ella misma.

Solía el Príncipe frecuentemente abrir la puerta de entrada de su princesa y cerrarla tras de si, con todos los medios que disponía para ello y una vez dentro, abrir cada puerta sin prisas, una a una, jugueteando con las llaves y con el tiempo, explorando cada parte de su princesa con la calma que da saber que la puerta de entrada se halla cerrada por dentro e infranqueable para cualquier otro.
Y gustaba el Príncipe de dejar abiertas todas las puertas interiores y jugar dentro con su princesa, correteando de una a otra estancia, deteniéndose a veces en alguna de ellas, disfrutando así de la princesa sumisa, de la infantil, de la provocadora, de la femenina, de la tierna, de la traviesa, de la viciosa, a su antojo, en cualquier orden o desorden posible.
Y esa situación hacía que su princesa se sintiese muy a gusto, muy cómoda, por veces hasta feliz, sensación que plenamente compartía con el Príncipe.