Cuatro largos meses han pasado, toda la larga primavera y
parte incluso del verano, desde que el otrora Príncipe y la Princesa hubieran
tomado diferentes caminos para recorrer sus vidas, mas ambos tristes y
lúgubres.
Hasta llegar aquel estival día del 27 de agosto, día en que
la Princesa cumplía años, mas omitiremos su edad pues sabido es que no hay
caballero que se precie, que desvele la edad de una dama y que así por siglos
sea.
Acercose la Princesa al pueblo con intención de celebrar tan
señalado día, aprovechando la feria que allí se celebraba. Dejaba tras de si,
como en ella era habitual, el aire impregnado de alegría, la gente le hablaba y
ella disfrutaba alegremente, algún descarado mozo soltábale algún pícaro
comentario que ella recibía sonriente y de buen grado y así discurría la
estancia de la Princesa entre la gente....
... hasta que la Princesa, en su interminable algarabía, que
le impedía fijarse por dónde caminaba, tropezose con un harapiento y barbudo
mendigo que sentado sobre el mismo suelo y con la cabeza baja, pedía una
limosna con la que subsistir. Un desconocido hombre de los que le
constantemente le hacían comentarios inapropiados y que caminaba a la misma
vera de la Princesa, propinó una patada al mendigo por hacer tropezar a la Princesa,
sin embargo, disculpose la Princesa y, con afan de enmendar su tropiezo, dejó
caer una moneda sobre el modesto plato que el mendigo portaba en su mano. Éste,
sin levantar la cabeza, tomó la moneda, la colocó en la mano y con un preciso
golpe de su dedo pulgar a modo de catapulta, hizo volar la moneda, haciéndola
girar en el aire sobre si misma, hasta con la misma mano recogerla y
devolvérsela a la Princesa, metiéndosela en el bolsillo del vestido.
La extraña actitud del mendigo, rechazando la limosna, junto
con su asombrosa destreza en el juego con la moneda, dejaron boquiabierta y
muda a la Princesa y mientras esta reaccionaba, levantose el medigo y comenzó a
caminar perdiéndose entre la gente, solamente dejando visibles sus viejas
alpargatas entre los zapatos de los demás. Fue entonces, cuando el mendigo, al
alejarse y al dar un amplio paso, dejó por un instante al descubierto uno de
sus tobillos y la Princesa observó que tenía tatuado el wuivre. "Mi
principe !!!!!" gritando exclamó la Princesa como si se le fuera la vida
en ello, fue entonces cuando, al oírlo, el mendigo detúvose y por primera vez
levantó la mirada y aquellos ojos verdes quebrados por las lágrimas se clavaron
en la Princesa durante escasos e interminables segundos, haciéndole estremecer
como hacía mucho tiempo, más de cuatro meses al menos, nadie conseguía.
Perdiose definitivamente el mendigo entre la gente, dejando
a la Princesa con una extraña sensación de tristeza, añoranza y alegría
entremezcladas. Fue entonces cuando la Princesa recordó que se comentaba entre
la gente que aquel poderoso Príncipe Celta, que junto a su Princesa felizmente
habitaban el Palacio del vasto Reino Celta, al perder a su Princesa, renunció a
ser príncipe, abandonó su reino y tristemente convirtiose en un despreciable
mendigo, mas nadie lo había vuelto a ver.
Tras unos minutos de absortos recuerdos, reaccionó la
princesa y lo primero que hizo fue desterrar a aquel hombre que había pateado y
humillado al mendigo.
Sintiose entonces la Princesa muy triste mas inmensamente
feliz, sin saber explicar tal suerte de absurdos y contradictorios
sentimientos, mas así se sentía ella y sobre todo, sentíase protegida, sabiendo
que el otrora príncipe, ya fuera como príncipe o mendigo, nunca se había
realmente marchado, siempre estaba a su lado, observándola, protegiéndola,
cuidándola....
De repente, recordó la Princesa la moneda que había dejado
en el bolsillo de su vestido, rauda metió la mano en el, sacó la moneda, la
miró, profundamente la olió y fuertemente la apretó en su mano, sin soltarla,
mas percatose que, además de la moneda, en su bolsillo había algo más, un
pequeño objeto que parecía un simple y pequeño trozo de madera que parecía
estar parcialmente pintado de rojo. Frunció el ceño la Princesa, contrariada al
no poder comprender el significado ni el origen del mismo, mas de repente, sus
preciosos ojos azules abriéronse intensamente y su cara cambió y la niña que
legendariamente llevaba dentro, echo precipitadamente a correr, sin que nadie a
su alrededor lograra detenerla y corrió y corrió la Princesa, hasta llegar al
que fuera el Reino Celta. No pudo reprimir las lágrimas al ver el estado de
abandono del mismo, cómo aquellos verdes jardines en los que correteaba
descalza, hallábanse ahora cubiertos de maleza, el palacio, cuyos interminables
pasillos recorría alegremente, descuidado y desvalijado por ruínes salidos que
se apoderaban de lo que quedaba de el.
Buscó y buscó, con inusitada ansiedad la Princesa entre la
maleza del muro que delimitaba las que fueran posesiones del príncipe, hasta
que por fin halló, tirado, semioculto por la maleza y comenzando a pudrirse, el
viejo letrero de madera con la leyenda de "Reino Celta", partido en
dos por la rabia y el puño del Príncipe en el momento de abandonar sus tierras.
Tomó entonces la Princesa el pequeño trocito de madera de su bolsillo y
consiguió encajarlo en los restos del letrero, comprobando que pertenecía al
mismo y que el color rojo no era sino la sangre provocada por la rabia del
príncipe al golpearlo. En ese instante, una leve sonrisa de satisfacción
comenzó a dibujarse en su rostro.
La Princesa recogió los restos del letrero y los llevó a su
morada, donde durante días y días cuidadosamente, sin descanso y con mimo los
limpió y unió hasta conseguir que el letrero semejara nuevo y lustroso, y en
ese estado, envuelto en la suave y verde seda de la esperanza, lo guardó como
el más preciado tesoro, por si un día, cercano o lejano, el destino quizás,
quién sabe, pudiera hacerle recobrar el protagonismo perdido, mientras, la
princesa duerme tranquila, sabiendo que, en algún lugar más cercano que lejano,
un príncipe en forma de harapiento mendigo, vela sus sueños en la oscuridad de
la noche y la cuida y protege discreta e incansablemente...