Era su princesa, niña y mujer a la vez, era su encanto.... su atrayente encanto. Mas lo más hermoso de ella era la no existencia de separación alguna entre la niña y la mujer, de modo que podíase encontrar el Príncipe, en cualquier momento, en el menos esperado, sin previo aviso, a la tierna e inocente niña o a la más femenina y hecha mujer, o a ambas.
A veces su princesa tenía tentación de avergonzarse por ello, mas no debiera, no. No debiera pues el Príncipe gozaba con tal virtud, enloquecía con el encanto provocado por tan explosiva y encantadora mezcla y más, teniendo en cuenta que en posesión del Príncipe se hallaba la llave que abría ambas puertas, él sabía cómo sacar la femenina mujer y también cómo sacar la tierna y mimosa princesita, aunque, bien pensado, también sabía sacar la princesa sumisa, la felina, la traviesa, la provocadora, la infantil.... tenía el Príncipe un manojo de llaves con las que abrir cada puerta de su princesa, algunas de las cuales ella misma le había entregado y otras las había fabricado el Príncipe con sus manos, para abrir aquellas puertas que ni su propia princesa sabía que en ella existían.

Y al atravesar la elegante puerta de la derecha el Príncipe encontraba a la princesa mujer, una mujer, mujer. Pero a su vez, dentro había más puertas: una puerta muy sofisticada tras la que se escondía la princesa femenina, atractiva, atrayente. Hallábase también una puerta muy grande, robusta, ruda, cerrada por una enorme cerradura de hierro que movía el engranaje de unos enormes y pesados pasadores, como si de la puerta de una gran mazmorra se tratara y tras ella estaba la princesa oscura, sumisa, morbosa, una princesa convertida en zorrita viciosa y provocadora.
En medio de todas las estancias, existía un gran patio central que albergaba el enorme corazón de la princesa, que repartía energía por todas las habitaciones, pasillos, que también surtía de energía al Príncipe y a ella misma.

Y gustaba el Príncipe de dejar abiertas todas las puertas interiores y jugar dentro con su princesa, correteando de una a otra estancia, deteniéndose a veces en alguna de ellas, disfrutando así de la princesa sumisa, de la infantil, de la provocadora, de la femenina, de la tierna, de la traviesa, de la viciosa, a su antojo, en cualquier orden o desorden posible.
Y esa situación hacía que su princesa se sintiese muy a gusto, muy cómoda, por veces hasta feliz, sensación que plenamente compartía con el Príncipe.
Cuantas cosas soy...y todas toditas sólo para ti, mi Príncipe. Soy feliz, mucho, siendo lo que soy y sintiéndolo a tu lado.
ResponderEliminarTe quiero. Tu princesa.
Que bonita metáfora del alma femenina y sumisa... Me ha impresionado mucho.
ResponderEliminarBesitos, princesita
Besitos persea y un saludo de parte de mi príncipe que está muy ocupado en sus labores principescas y tiene esto un poquito abandonado circunstancialmente.
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