jueves, 7 de abril de 2011

El olor de su Princesa, su olor...

Asi quedó el Príncipe Celta, enterrado aún, mas asomado al mínimo resquicio que le separaba del exterior, sin dejar de pensar en su Princesa, en cómo insistentemente a través de los días le había dado nuevamente la vida cuando había estado al borde de perderla para siempre. No se separaba de ese lugar por estar aún impregnado del íntimo olor de su Princesa, de ese olor que tan bien conocía, de ese olor secreto, de ese olor que le pertenecía, de ese olor que era solo suyo, de ese olor que su Princesa le había dado desde su más secreta y profunda intimidad sabiendo el significado de ese olor, sabiendo que le daba su esencia, sabiéndo que se daba a si misma. El Príncipe Celta lo sabía, sabía que en esos momentos era su Princesa, sabía que su corazón, su alma, su intimidad le pertenecía... ... más sin embargo, el Príncipe Celta, en cierto momento, haciendo gala del amor que sentía por su Princesa, se retiró, con sumo respeto y cierto dolor, a la zona más profunda de su enterramiento, lejos de la olorosa zona y alli permaneció unas horas, alejando su pensamiento de la Princesa, para respetuosamente asi, liberar aquella parte del corazón de la Princesa, que pertenecía al otro príncipe, al Príncipe Mediterraneo . La Princesa percibió en la distancia el noble y digno gesto, el cual valoró inmensamente, a sabiendas del dolor que, inevitablemente, al Príncipe Celta le produciría tal circunstancia. Esto permitió a la Princesa poder acudir, con tranquilidad y con su parte de corazón liberado, a su habitual nocturna cita con su Príncipe Mediterraneo y disfrutarla asi plenamente, aunque conocedora era la Princesa, de que era su corazón, parte de su corazón, el que estaba libre y no su alma. Más tarde, mucho más tarde, tras un intenso día lleno de emociones, sentimientos, de secretos y retornados placeres, dispúsose la Princesa a reposar en sus aposentos, en esos momentos, como habitualmente e inexplicablemente acontecía, el Príncipe Celta percibió en su lejano y respetuoso retiro, ese momento en que su Princesa yacía nuevamente sola, abandonó la zona que ocupaba desde entonces y volvió a instalarse en la zona superior, a impregnarse del íntimo olor de su Princesa, a transmitirle su pensamiento y su poder y en la lejanía, su Princesa también compartía esos pensamientos y sentimientos, reviviéndolos placenteramente y volviéndo a sentirse plenamente su Princesa, entre las ya húmedas sábanas de sus aposentos...

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