miércoles, 27 de abril de 2011

Los valiosos tesoros

El Príncipe Celta deseaba que La Princesa de una vez por todas tuviera la valentía de cruzar aquel túnel, ánsiabalo intensamente, mas sorprendiole aquella tarde la Princesa pidiéndole consentimiento para citarse con el Príncipe Mediterraneo, deseo que, por el enorme cariño que le tenía a ella, el Príncipe Celta amargamente le concedió, a sabiendas de que ella lo deseaba fervientemente y a pesar de que debía recorrer un largo camino por las abruptas tierras mediterráneas. Habían el Príncipe Celta y su Princesa, conseguido valiosísimos tesoros los días precedentes, valiosísimos para ambos y que les habían mantenido muy unidos, íntimamente unidos, los cuales el Príncipe Celta temía perder en aquel viaje de su Princesa y fue por ello que el Príncipe Celta puso a disposición de la Princesa una cómoda carreta, tirada por un blanco caballo, con el afán de cuidarla, de protegerla, de cuidar sus pies y de que transportara sus tesoros con seguridad. El Príncipe Celta sentíase, por muchos motivos, intranquilo con aquel viaje, por un lado, dolíale que su Princesa tuviera tal inmerecida admiración y deseo por el otro Príncipe, relegándole a él constantemente por tal motivo. Por otro lado el Príncipe Celta consideraba para sus adentros, que no debía la Princesa arriesgar en ese viaje los tesoros que ambos tenían, que si ello hacía, o era por motivo de que el otro Príncipe le importaba más que los tesoros o que le importaba más que él mismo y ambos motivos, le rompían el corazón. Y también el Príncipe sufría porque la Princesa, una vez más, a pesar de ser advertida en innumerables ocasiones, volvía al terreno pedregoso, poniendo en peligro su integridad y la de los tesoros de ambos. Y así partió la Princesa, contenta, ilusionada y sobre todo tranquila por creer que al obtener el consentimiento del Príncipe Celta éste quedaba conforme con el viaje y sus tesoros estarían a salvo. Y tras su partida, su pensamiento solo estaba en su encuentro con el Príncipe Mediterraneo, sólo en el, ilusionada, apartó su pensamiento de su Príncipe Celta, apartó su pensamiento de sus tesoros y también del abrupto camino, ese fue su gran error... Fue entonces cuando el Príncipe Celta, desesperadamente intranquilo, envió un mensaje a la Princesa utilizando la blanca paloma: “Recuerda que eres mi Princesa, no me apartes de tu pensamiento y protege nuestros valiosos e íntimos tesoros”. El Príncipe, nervioso e intranquilo, esperó la contestación a su mensaje por parte de la Princesa, lo anhelaba, lo deseaba… desesperadamente. Esperó y esperó a la paloma, convertíanse los minutos en segundos y los segundos en inmensa desesperación y preocupación. Mientras, la Princesa, miraba a las nubes y su pensamiento únicamente lo ocupaba el otro Príncipe, de forma que no veía la blanca paloma con el mensaje, a pesar de que ésta se hacía muy visible y no contestó al ansiado mensaje del Príncipe Celta, jamás lo contestó… nunca… La Princesa, ya desde lejos divisó al Príncipe Mediterraneo que la esperaba e inconscientemente bajose en marcha de la carreta, dando, sin siquiera percatarse obnubilada con la visión del Príncipe, con sus maltrechos pies contra las duras piedras y al fin consumó, llena de gozo, su encuentro con el otro Príncipe. Mientras, el Príncipe Celta, intuyendo una desgracia y víctima de la desesperación después de esperar en vano la contestación de su Princesa, no lo dudó y, a pesar de sus doloridos y llagados pies, raudo corrió en busca de su Princesa y tesoros, adentrándose en las pedregosas tierras mediterraneas sin permiso, cosa que jamás había hecho antes y, al llegar donde estaban su... su? Princesa junto con el Príncipe Mediterraneo, el Príncipe Celta sintió como se le rompía el corazón, como el dolor le invadía al ver cómo su Princesa, feliz junto al otro Príncipe, le había olvidado, había obviado su mensaje, cómo la Princesa tenía los pies ensangrentados y ni de ello se había percatado y… y… que al bajarse en marcha de la carreta, ésta quedara sin control, una de sus ruedas había alcanzado una piedra en su recorrido, haciéndola volcar y todos los íntimos tesoros de ambos, aquellos que habían conseguido días atrás con esfuerzo, aquellos maravillosos tesoros, hallábanse ahora trágicamente desperdigados por tierras mediterráneas. El Príncipe Celta, dolorido y embravecido irrumpió en la conversación que mantenían y díjole a la Princesa “Has de elegir entre él y yo”, mas lo dijo presa de la desesperación, como un reto, sin ser lo que realmente deseaba. La reacción de la Princesa fue especialmente dolorosa para el Príncipe Celta, por brusca, por inesperada, por fuera de lugar y por ver cómo la Princesa, increíblemente, sí, increíblemente, defendía una vez más al Príncipe Mediterraneo sin querer elegir y sobre todo por injusta, por muy injusta. El Príncipe Celta, sin mediar palabra, dio la espalda a la Princesa y dirigiose, indignado y destrozado, a sus tierras, mientras veía de reojo cómo la Princesa recogía del suelo, casi con desprecio, alguna pieza de sus tesoros mientras no dejaba de buscar con su mirada al Príncipe Mediterráneo, al que no veía, ni sabía que mientras ella no estaba, indignamente, divertíase con bonitas cortesanas oculto tras la arboleda, ajeno a la situación. La Princesa comenzó entonces a ver cómo sus tesoros eran difíciles de recuperar y corrían riesgo de perderse para siempre por lo que, asustada, rauda corrió en busca de su Príncipe Celta, mas éste al principio la ignoraba, lo que causó desesperación y dolor en la Princesa. Al percatarse de esto, el Príncipe Celta, resultándole insoportable ver así a su Princesa, atendió a sus explicaciones y hundido, casi sin apenas poder hacerlo, ayudó a la Princesa a lentamente recuperar mínimamente aquellos tesoros, mas al ver a su Princesa inquieta ante la proximidad de la hora de partida del Príncipe Mediterraneo, en un digno acto de gallardía y amor hacia su Princesa, le pidió que atendiera a su otro Príncipe y ella así lo hizo, dejando solo por unos instantes al Príncipe Celta, que éste dedicó a intentar recuperar las piezas del tesoro de ambos, con escaso éxito pues sus lágrimas le impedían localizarlos entre las piedras. Sólo cuando el Príncipe Mediterráneo hubo partido, tranquilo, con sus fuertes y cómodas botas, con los pies impecables, la Princesa acudió junto al Príncipe Celta y en contraposición a la tranquilidad de Mediterráneo, ello dos, humildemente arrodillados y muy emocionados ambos, se dedicaron largo tiempo a intentar recuperar sus tesoros entre las piedras y entre las abundantes lágrimas de ambos, intentando sobreponerse al intenso dolor que tenían, pero con la fuerza que siempre les proporcionaba el hecho de estar juntos. Al anochecer, ya cada uno en su lecho, el tenso silencio se apoderó de las emociones, más los pensamientos y sentimientos de ámbos volaban los unos al encuentro de los otros, si, volaban y surcaban el aire y no había en esos momentos terrenos difíciles ni piedras que fuesen impedimento. Los del Príncipe llegaron a la Princesa en forma de emocionado y fuerte abrazo y besos que le ayudaran a aliviar su dolor y la reconfortaran en la noche y los de ella llegaron al Príncipe en forma de la preciosa e inmensa emoción que le daba su esencia.

2 comentarios:

  1. Encuentro el relato pleno en metafóricas imágenes y descripciones que transportan al lector a lugares remotos.
    Un placer pasar.

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  2. Muchas gracias por tu visita y por tu oportuna intervención Sweet

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